Ocuparse de este tema puede resultar controvertido, pues la homosexualidad y el lesbianismo están a la orden del día y, para mi gusto, con una exagerada exaltación. Parece que ser heterosexual ya no se lleva, como tampoco estar casado con la misma mujer casi cincuenta y seis años. A pesar de que a muchos no guste lo que voy a decir, creo que hay demasiado progresismo barato, y no creo que exista el amor libre, como afirmó la cantante Ana Guerra en "El Hormiguero", y ratificó días más tarde en el mismo programa su compañera de profesión Chenoa.

Reconozco que soy poco tolerante y que con mi pertrecha edad ya no voy a cambiar. Trataré de no herir susceptibilidades con mis palabras e intentaré hilar fino, aunque llamar por su nombre al que se declara asímismo que lo es, no debería ofender. En mi juventud, si alguien hacía carreritas o movía mucho las manos, se decía que era mariquita, y si algún amigo hacía una gracia, se escapaba el "¡qué mariconazo eres!".

En la década de los cuarenta, cuando residí en Jaén, todo el mundo reconocía por la calle a un tal Villalta, porque vestía siempre de negro y andaba de una plaza a un parque o un jardín, cargando con una gran cartera llena de libros. Era un hombre místico que se sentaba a leer sin hacer mal a nadie. Al contrario, los niños se acercaban a escuchar atentamente cuentos. Se empezó a especular sobre sus gustos y algunos empezaron a decir que era mariquita o pederasta. De repente, dijeron que había salido del armario y esos mismos niños le perseguían tirándole piedras y gritándole: "¡Villalta mariquita!".

A principios de los sesenta, no puedo precisar la fecha, ocurrió en Santa Cruz un suceso que tuvo muchísima repercusión en todos los medios de comunicación. Dijeron que en una casa de la calle María Cristina, la policía había hecho una redada y se habían llevado a comisaría a una gran cantidad de personas de relieve, entre los que había militares, jueces, abogados, fiscales, notarios, comerciantes, arquitectos y hasta un cura de renombre. Total, que lo que pasaba es que la mitad de la población masculina de Santa Cruz pasaba por allí a "hacer sus cosas". La comidilla duró varias semanas, pues cada día se nombraba sin ton ni son de tal o cual persona, pero realmente no sé cómo se resolvió, aunque supongo que más de uno pagaría una multa, pero el caso es que el tema pasó a mejor vida.

Se celebró en Sevilla la Gala de los Premios Goya del cine español, un claro remedo de los Óscar, pero por suerte solo tuve que tragarme a los últimos galardonados. Tuve que soportar la estupidez de los presentadores al quedarse en ropa interior, la exaltación de la libertad y el amor libre y, como no, erre que erre con el franquismo. Como sigan así, Vox no va a necesitar gastar un duro en promocionarse. Nada más terminar, la Primera nos endosó una película con muchos de los que se supone son los mejores actores actuales. Era un viaje en avión entre España y Méjico en el que se estropea el tren de aterrizaje al despegar, por lo que deben volver, pero tardan en hacerlo pues todos los aeropuertos están completos y acaban aterrizando en La Mancha. Las peripecias entre la tripulación y los pasajeros durante el vuelo acaban en una guarrada en la que todos se acuestan con todos sin importar su género. Claro, que al ver los créditos finales y ver quién dirigía, la sorpresa no fue tanta. ¡Pedro Almodóvar, guárdame un cachorro!

La progresía actual ovaciona estas escenas en películas y series, pero permítanme que me disguste. Tengo derecho a desahogarme y decir que no me agrada ver besarse a un hombre con otro y a una mujer con otra. Ya reinan en todo tipo de escenarios, y la exaltación en las calles de Chueca en Madrid o en las de Maspalomas en Gran Canaria, no me hace gracia. Hagan con su vida lo que estimen oportuno, pero dejen a los demás también ser machos o hembras, si quieren.

Felicidades a todas las personas con discapacidad intelectual por haber abierto una puerta a través de "Campeones".

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