Dicen que los asesinos siempre regresan al lugar del crimen. O si prefieren echar mano de Hegel, que la historia siempre se repite. Para quienes lo hayan olvidado, no es la primera vez que la burguesía catalana acaba con una presidencia de un Gobierno de izquierdas en este país.

En 1995, los diputados de Convergencia i Unió, a las órdenes de Pujol, se cargaron los presupuestos del Gobierno de Felipe González, lo que abocó a la celebración de unas elecciones generales que los socialistas perdieron en favor del PP de José María Aznar. Como puede verse, nada nuevo bajo el sol.

De nuevo estamos a las puertas de unas elecciones convocadas por el rechazo de las cuentas públicas del Gobierno de Pedro Sánchez. Pero los efectos de lo que ha pasado en el Congreso son mayores. En este momento, las previsiones del gasto público se han disparado en un entorno de los quince mil millones de euros, pero los ingresos no. El paquete fiscal que tenía previsto Hacienda, con la subida del diésel, el límite en el suelo del impuesto de sociedades y otros nuevos impuestos, ha naufragado junto al proyecto de presupuestos. Pero la subida de las pensiones o del sueldo de los tres millones y medio de empleados públicos sigue vigente. Con lo que el pufo que se está generando en las previsiones entre ingresos y gastos podría llevar el déficit público al 2,5% sobre el PIB, mucho más del 1,8% que había calculado el Gobierno y muy por encima del 1,3% que estaba establecido para el año pasado.

El nuevo Gobierno que salga de las elecciones va a tener que hacer frente a ese herencia envenenada con muy poco margen de tiempo para hacerle frente. Algunos analistas consideran que Pedro Sánchez debería primero tomar las medidas necesarias para equilibrar las cuentas públicas antes de llamar a las urnas. Pero ese análisis desconoce que Sánchez está urgido por otras razones. Por ejemplo, determinar cuál es el mejor escenario para sus propios intereses.

El PSOE se enfrenta a una cruda realidad. La apuesta del presidente por el diálogo con los independentistas catalanes se ha revelado tan inútil como costosa. No ha ganado nada en Cataluña y ha supuesto despertar la antipatía de buena parte del electorado en el resto de España. Es más, la escenificación de sus esfuerzos y la aceptación de frivolidades como la del mediador -relator- en las negociaciones, ha naufragado estrepitosamente, chocando con la terquedad de un independentismo que le ha dejado tirado y ha sido combustible para alentar la demagogia de una oposición que, como todas las oposiciones en este país, de izquierdas o derechas, practica la deslealtad en función de sus propios intereses electorales.

Cualquier nuevo Gobierno que salga de las urnas será de pacto. El problema catalán seguirá ahí, como el dinosaurio de Monterroso. Y la izquierda ya sabe que no puede pagar el precio de los secesionistas catalanes para una mayoría. Mal epílogo para el libro de Sánchez.