El ser humano lleva siglos preguntándose acerca de la existencia de vida inteligente en otros lugares de nuestra Galaxia. Este interés, quizá deseo, de saber que no estamos solos, se pone de manifiesto en la cantidad de cine y literatura que hemos desarrollado en torno al tema. De hecho, la mitad de las veinte películas más taquilleras de todos los tiempos están basadas en la premisa de que los alienígenas existen.

Es, en cierta medida, lógico pensar que no estamos solos. Si miramos al cielo en una noche oscura alejados de la ciudad podremos ver, a simple vista, miles estrellas. Sin embargo, estas son solo unas pocas de las aproximadamente 250 mil millones de estrellas que contiene nuestra Galaxia. Además, desde hace unos veinte años, sabemos que casi todas ellas tienen sistemas planetarios girando alrededor.

La mayor parte de estas estrellas son considerablemente más viejas que nuestro Sol, que ha cumplido, como nuestro planeta, la mitad de los años que le quedan por vivir, unos 4500 millones aproximadamente. Los humanos actuales llevamos poblando la Tierra unos 50 000 años y en este tiempo hemos sido capaces de construir naves espaciales, como la nave Nuevos Horizontes, que han sido capaces de llegar a los límites de nuestro Sistema Solar. Por lo tanto, podríamos pensar que pobladores de otros planetas más antiguos girando en torno a estrellas más viejas podrían haber desarrollado la tecnología necesaria para explorar y colonizar la Galaxia.

Sin embargo, no tenemos ninguna evidencia de la existencia de otras civilizaciones. Llevamos medio siglo buscando señales en frecuencias de radio usando nuestros mejores telescopios sin ningún resultado. Esta tensión entre la alta probabilidad de no estar solos en el Universo y la ausencia de cualquier rastro de vida se conoce como la paradoja de Fermi, en honor a Enrico Fermi, que ya en 1950 se planteó esta pregunta.

Una posible solución a esta paradoja es que las premisas sean erróneas. En concreto, la premisa de que existan civilizaciones mucho más antiguas que las nuestras. Esto, en principio, puede ser debido a una autodestrucción (el desarrollo podría estar ligado de manera inevitable a una destrucción de los recursos naturales) pero también podría ser debido a factores externos. De esta posibilidad es de la quiero hablaros hoy.

Una primera amenaza es que la Tierra sea golpeada por un asteroide o cometa. En 1994 observamos cómo la colisión del cometa Shoemaker-Levi con Júpiter produjo una serie de bolas de fuego enormes. Se cree que la colisión de un cuerpo bastante más pequeño con la Tierra, hace unos 65 millones de años, provocó la extinción de los dinosaurios. Algunos pequeños mamíferos primitivos sobrevivieron, pero cualquier organismo del tamaño de un ser humano habría sido aniquilado casi con seguridad. En los confines del Sistema Solar se encuentra la nube de Oort, una gigantesca esfera en la que viven millones de asteroides. La mayor parte de los cometas se originan aquí, cuando alguna estrella se acerca lo suficiente a esa región como para empujar estos objetos hacia el interior del Sistema Solar.

Ahora mismo el paso de una estrella cerca del Sistema Solar es poco probable ya que nuestro planeta se encuentra en una región con pocas estrellas, en el exterior de la Galaxia, justo entre dos brazos espirales que son regiones con una alta densidad de estrellas. Sin embargo, nuestra posición en esta zona tranquila de la galaxia no siempre ha sido, ni será, la misma. En particular, se estima que nuestro Sistema Solar se encuentra con un brazo espiral cada 100 millones de años aproximadamente. Cuando esto pase, tendremos muchas estrellas pasando a distancias relativamente cercanas, que “empujarán” cientos de miles de objetos procedentes de la nube de Oort hacia el centro del Sistema Solar. Es suficiente que uno de ellos impacte en nuestro planeta para acabar con nuestra civilización.

Por otro lado, en los brazos espirales es donde nacen y mueren la mayor parte de las estrellas de nuestra Galaxia. Las estrellas de mayor masa mueren en impresionantes explosiones, llamadas supernovas, liberando una enorme cantidad de energía. Una sola explosión de supernova libera billones de billones de billones de veces más energía que el arma nuclear más potente jamás construida por el ser humano. Pues bien, en nuestra Galaxia una de estas explosiones tiene lugar, en promedio, cada diez años. Cierto, la mayor parte de los lectores llevan más de diez años en el planeta, pero claro, nuestra Galaxia es muy grande y si una supernova explota en el otro extremo, no sentiremos sus efectos. Podemos hacer los cálculos y estimar la distancia a la que tendría que explotar una supernova para destruirnos y esta distancia es de, aproximadamente, 30 años-luz. En un radio de esta distancia a nuestro planeta encontramos unas cien estrellas en la actualidad, pero cuando el planeta se acerque a un brazo espiral, este número se incrementará enormemente.

Estos eventos son inevitables y sabemos que sucederán. De hecho, sabemos que hace aproximadamente 10 millones de años una supernova explotó cerca de la tierra, a unos 100 años-luz. Podemos ver isótopos radioactivos en el fondo del océano que, claramente, proceden de esta explosión. Si esta supernova hubiese estado a una distancia tan solo tres veces menor de nuestro planeta, hubiese destruido la atmósfera y la vida en él.

Estos son eventos que no solo nuestro planeta, sino cualquier planeta de la Galaxia, tendrá que enfrentar, lo que podría explicar la ausencia de civilizaciones mucho más avanzadas que desarrollen la tecnología necesaria para viajar grandes distancias y visitarnos.

Patricia Sánchez Blázquez es una astrofísica madrileña estrechamente ligada a la investigación desarrollada en el Instituto de Astrofísica de Canarias, donde conserva colaboradores cercanos. Tras realizar su tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid, trabajó en varios centros de investigación internacionales, incluidos el Centro de Supercomputación de la Universidad de Swinburne, Australia; la Escuela Politécnica Federal de Laussane, Suiza; la Universidad de Central Lancashire, Reino Unido; el Instituto de Astrofísica de Canarias y la Universidad Pontificia Católica de Santiago de Chile. En la actualidad es Profesora Contratada en la Universidad Autónoma de Madrid.