Una manifestación para rodear el Congreso es la expresión democrática del cabreo del pueblo. Una manifestación para protestar por las cesiones vergonzantes a Cataluña es deslealtad y oportunismo. Un escrache a la puerta de la casa de un político conservador es "jarabe democrático", una protesta ante al chalé de un famoso político de izquierdas es acoso y conlleva la instalación de una garita protectora de la Guardia Civil. Una denuncia por corrupción a un gobernante de derechas es una "conspiración" para derribar a quien no se puede ganar en las urnas, una denuncia pública por tráfico de influencias a uno de izquierdas es una campaña mediática orquestada por los poderes en la sombra.

Una vez más, España se ha dividido en dos bloques sociológicos extremos que analizan la realidad en función de sus conveniencias mentales. Miguel Roca, uno de los padres de la Constitución, ha dicho que hoy en España la moderación es una forma extrema de valentía. Y Ángel Gabilondo, más que político catedrático de Filosofía, lo remató: "para ser extremista basta con tener un día elocuente". Son las voces de la razón que susurran en el gallinero.

Lo malo no es tener opiniones, sino desconocer que existen otras distintas sobre las mismas cosas. Lo malo es sostener como evidente que nuestros argumentos son los únicos que existen. Lo pésimo es gritar sin escuchar a nadie y protegernos de las réplicas con el recurso del insulto. Esta es la sociedad que hemos fabricado, con la complicidad de los medios de comunicación y la novedad de unas redes sociales donde el anonimato estimula hasta la náusea el argumento vacío de la descalificación.

Hemos arribado, después de una corta travesía de libertad, a un país donde se persiguen los delitos de opinión que atentan contra lo que una selecta minoría considera políticamente incorrecto. La sociedad es un gigantesco almacén en donde todo se etiqueta y el pensamiento independiente es una anomalía sin retribución, porque la única sombra que ampara de las inclemencias es la militancia en una causa que ofrece la protección emocional del rebaño.

El extremismo se ha transformado en la única forma de comportamiento aceptable. En la política, en el deporte, en la junta de vecinos. Somos de estos o de aquellos. Apoyamos a estos o a aquellos. Y los que pretenden no hacerlo, porque sienten que no están con nada ni con nadie, militan en una orfandad emocional en la que sólo tienen el consuelo de sí mismos.

La indigencia intelectual en la que se ha instalado esta sociedad del espectáculo, inculta y bravucona, desconcierta a los sociólogos que son incapaces de seguir los vaivenes de un electorado que hoy apoya a Podemos y mañana a Vox sin ningún conflicto de transición. Intentan encontrar sentido a lo que no lo tiene. Porque el rencor, la frustración y el cabreo no entienden de sutilezas ideológicas. En la España de hoy los sociólogos no tienen futuro. Los únicos que pueden hacer carrera son los psiquiatras.