Ahora que volvemos a estar en campaña electoral, es posible que partidos y medios traten de mostrar el mensaje de siempre, el de antes de la Gran Recesión de 2008: que se trata de una lucha entre una España "abierta y progresista" (con matices, las formaciones de la moción de censura que derribó a Mariano Rajoy) y la España "eterna del tripartito de derechas" (PP, Ciudadanos y Vox).

Pero no nos engañemos: el fondo del asunto, aquí, en Europa y en otros países occidentales es el combate que se desarrolla entre los partidarios de la globalización y los que, tal como ha definido acertadamente el geógrafo francés Christophe Guilluy, forman parte de la periferia (física, económica y cultural), ante la mundialización preconizada por las élites de los grandes conglomerados urbanos. La aparición (y crecimiento) de los votantes del brexit, en Reino Unido; de Donald Trump, en EEUU; de Marine Le Pen, Jean-Luc Mélenchon (y de los chalecos amarillos), en Francia; del Movimiento 5 Estrellas y la Liga, en Italia? también ha tenido, tiene y tendrá su traslación en España (por distintos motivos), con: Podemos, Vox y los independentistas catalanes.

A muchos de esos votantes, la élite mediática y académica no duda en calificarlos de identitarios, populistas, ignorantes y/o retrógrados. Pero no son más que la expresión de los miedos que les atenazan, ante la progresiva pérdida de su estatus de clase media, que no ha dejado de estrecharse desde la primera ola liberal de los 80 (con Reagan y Thatcher a la cabeza) y que se ha hecho más inestable tras la crisis de hace 10 años. Medios, academia y partidos harán bien si se reubican en el nuevo eje, porque el votante ya se ha dado cuenta de que lo de izquierda-derecha ya no le sirve.