Ocurrió en invierno cuando, por convocatoria verbal, un grupo heterogéneo de paisanos se juntó para, bajo el eufemismo de Fiestas de Invierno, devolver el Carnaval a la calle que siempre fue suya. Presidió Gabriel Duque -el último médico de pobres que sirvió en la ciudad y, pese al estigma de la dictadura, el mejor alcalde que recuerdo- y articuló la iniciativa Gonzalo Cabrera, secretario municipal, con sus hermanos Yolanda y Manolo, y una famosa peña, entre burguesa y bohemia, que profesaba cada tarde en el bar de La Investigadora que, entonces, se llamaba Casino.

El objetivo principal fue recuperar las famosas mascaradas republicanas, sátiras amables que tuvieron su referente máximo en un desposorio de ringo rango -la esposa altísima, el marido enano- y un aristocrático y lujoso cortejo de señoronas de largo y caballeros de frac, militares de máxima graduación y dignatarios extranjeros -todos varones- que recorrían la Calle Real con paradas pactadas en las sociedades recreativas. La Boda, el Circo, el Desfile de las Naciones fueron los números grandes del Martes, el día grande por excelencia; y, para entornarlo, se recurrió a los pasacalles de rondallas de pulso y púa, grupos de disfraces y hasta la inolvidable Masa Coral, "con viejas canciones del pueblo, ingenio, copa y disfraz", con notables instrumentistas y dirigida por el tercer Elías de la saga Santos.

El lunes -el día libre de los zapateros- quedó vacío y se planteó la ocurrencia de representar la llegada de un grupo de indianos que, desde el puerto a La Alameda, presumieran de la fortuna o el engaño del emigrante; ellos con trajes de lino y/o guayaberas, todos con sombrero pajizo; ellas con rasos de vuelo y encajes, pamelas para las ricas, pañuelos para las pobres.

Los primeros desembarcos movieron a los nostálgicos que aprendieron de bohemios retornados -Mariano Pastor fue el más famoso- sones y danzones, boleros y guarachas, pregones y guajiras y, con dos, los hicieron al gusto y estilo palmero "y fueron tan auténticos y nuestros como las isas y las folías" (Luis Cobiella dixit). Hoy, quienes recordamos su nacimiento, vemos en Los Indianos el milagro de la sencillez, la diversión limpia y abierta, el regocijo sin reglas, pero con ton y son y, sin sorpresa, el número emblemático del Carnaval canario.