Si un padre le da dinero para ir al cine a uno de sus hijos y al otro lo manda a paseo, seguro que este se cabreará. No porque su hermano haya tenido más suerte que él, sino porque se sentirá víctima de una injusta discriminación. Si el Gobierno del PSOE le regala un Régimen Especial a las Islas Baleares -un REIB que ya había planeado el anterior Gobierno de Rajoy, dicho sea de paso-, es bastante comprensible que el melindroso Gobierno canario se haya cogido un rebote tan grande como inútil. El gesto de Sánchez, por cierto, ni es inocente, ni es casual. Está perfectamente calculado para matar dos pájaros de un tiro: quedar muy bien con las Baleares y quitarle otro par de plumas a los canarios.

Pero no quería yo perderme en lo obvio, sino en lo trascendente. ¿Por qué en estas islas no tenemos la suerte de tener políticos de todas las ideologías que sean primero canarios y después todo lo demás? ¿Cómo es posible que los grandes partidos nacionales en estas islas sean incapaces de llevarles la contraria a sus jefes cuando se equivocan? ¿Es que no ven que están dejando el discurso de la defensa de esta tierra en las manos de los partidos nacionalistas?

Desde hace años cada vez que hay un Gobierno de un color en Madrid, los políticos canarios que militan en ese partido defienden de forma ciega e inquebrantable cualquier decisión lesiva que tomen con Canarias. Sin sentido crítico, sin discrepancias y con absoluta obediencia. Pasó cuando el PP machacó a las Islas con unos brutales recortes presupuestarios. Y ha vuelto a pasar cuando el Gobierno del PSOE ha roto la cortesía institucional y ha vulnerado las leyes más importantes de nuestras islas.

Pero esto no ha sido siempre así. Ni aquí, ni fuera. El presidente socialista y secretario general del PSOE, Jerónimo Saavedra, no dudó en enfrentarse a sus compañeros de la meseta cuando entendió que habían metido la pata con Canarias. Rodríguez Ibarra, primero, y Fernández Vara, después, socialistas y presidentes de Extremadura, se las han tenido tiesas con su propio partido en Madrid cuando ha tocado defender los intereses de su comunidad. Y, en su día, un viejo socialista de talla extraordinaria, Pascual Maragall, fue capaz de cantarle las verdades al PSOE y a la "convicción madrileña de que Cataluña y el nacionalismo catalán son la misma cosa y que, como mucho, lo que hay en Cataluña, además del nacionalismo, es una reserva de votos españolistas para el socialismo peninsular en las elecciones generales".

¿Cuándo se ha dado el caso de un diputado canario enfrentándose a su partido en Madrid por estas islas? ¿Cuándo han tomado partido, en medio de un debate, por su tierra? ¿Quién es capaz de señalar una polémica entre un dirigente del Archipiélago y su cúpula nacional? Les animo a bucear inútilmente en búsqueda de algún caso sonado.

Oskar Lafontaine (La sociedad del futuro) decía que o los grandes partidos aprendían a recoger las aspiraciones de los colectivos sociales o los colectivos sociales terminarían convirtiéndose en partidos. Eso, que ya está pasando, acabará trasladándose también a los territorios, atraídos por los cantos de sirena del regreso a la tribu. Si la gente observa que el poder está manejado por el peso electoral de las comunidades, terminará aprendiendo la lección.

Las fuerzas estatales se están disparando un tiro en el pie si no establecen ya las condiciones para que los políticos electos representen primero a la gente que les vota y después al aparato de los partidos que les nominan. La gente puede ser tonta, pero no tanto. Y hay que estar ciego para no ver cómo los vascos o los catalanes han manejado los presupuestos del Estado y han controlado gobiernos con la fuerza exclusiva de unos votos al servicio de sus comunidades. El Congreso, hoy, es una cámara de los territorios. No digo que sea bueno: es lo que es.

En el último enfrentamiento entre Madrid y Canarias, a cuenta del REF, la actuación de los partidos ha sido vergonzosa. Como tomar partido por Canarias de forma clara y terminante era, de alguna manera, fortalecer al Gobierno nacionalista, se buscaron apresuradamente todos los refugios de la sintaxis para no decir lo que había que decir por simple decencia intelectual: que se estaba incumpliendo con los canarios. Muchos lo pensaban, pero se callaron, como siempre, por obediencia indebida.

Y es así que estas islas carecen de verdadera fuerza, sumidas en sus dependencias orgánicas, sus luchas de poder intestinas y sus muchas miserias intelectuales. Si a los vascos les tocasen sus fueros, hasta al último militante del último partido le saldrían sapos por la boca.

Pero, claro, esa es justo la diferencia.