Es prácticamente imposible enumerar una serie de ítems bajo los que articular a un político ideal. Hace unos días, en un encuentro entre periodistas y políticos salió la furibunda diatriba. Evidentemente, tiene que estar formado. De la manera que sea y preferiblemente haber pasado por la universidad. Lo de los másteres, vamos a dejarlo. Viajar y estudiar a la par le da una visión global del mundo fundamental. Debe tener, además, vida profesional propia y no venir a esto de la política a medrar. Tiene que atesorar el aprendizaje y la curiosidad, ya que al venir de la vida civil y no ser un profesional de la cosa, debe saber hacer equipo y sumergirse en la materia que le toque dirigir. Y es que a más distinción nacional e internacional, más capacidad tendrá de llegar a las fronteras deseadas. Lo de hacer equipo no es únicamente saber cómo funcionar en un entorno político que le toque liderar, sino en tener unas relaciones más que fluidas con las distintas corrientes de su formación política.

Tiene que ser trabajador e ingenioso, además de honesto y de reconocido prestigio. Ser humilde y tener mano dura cuando es necesario. No olvidar quién es y de dónde viene. Necesita capacidad de lucha y de defensa de unos valores públicos. Saber los ideales por los que fue votado. Tiene que tener empatía y mano zurda para entenderse con el resto de formaciones políticas de cara a sacar su responsabilidad adelante. Debe tener visión de Estado y comprender de antemano que no todos tienen por qué compartir la suya. Tiene que inspirar respeto por sus actos y no dejarse llevar por los vítores facilones en lugar de por el trabajo duro. Saber ganar y saber perder. Y sobre todo, poseer un detalle que les pasa a casi todos inadvertido: el saber cuándo ha llegado el momento de marcharse y entregar el testigo. Pero esto que cuento sería únicamente el prólogo de un gran manual de buenas formas. ¿Y dónde estará?

@JC_Alberto