Ya se sabe, gallegos y asturianos, primos hermanos. Desde aquella pensión compostelana en la que conviví con asturianos de Avilés, Gijón, Oviedo? comprobé que el tópico era más que cierto: hermanos sin el primo. Todos mayores que yo, de todos aprendí, con todos me divertí como uno se divierte a los dieciséis años. Siempre creí que aquellos fueron los primeros asturianos de mi vida, pero no: el primero fue Diego Carcedo, aunque por aquellos años de blanco y negro, solo lo veía en TVE. Pasado el tiempo, nos encontramos en la Asociación de Periodistas Europeos (APE) de la que él es presidente y yo socio. Hoy, considero a Diego un gran amigo y siempre un maestro. Nos ha entregado hace poco un nuevo libro, Sobrevivir al miedo (Península, 2019). Diego Carcedo es periodista, pero lo que olvidamos, o desconocemos, es que Carcedo es una persona de acción y reflexión, especies ambas cada vez más escasas en el periodismo. Sobrevivir al miedo se puede/debe leer como Rayuela: jamás, creo, de principio a fin, sino buscando al azar o por interés temático, los capítulos que puedan resultar más atractivos. Eso sí, dejando el último como última lectura, bueno, o no necesariamente. Porque Carcedo ha escrito un libro cortazariano por el tratamiento que da al tiempo y a las circunstancias. Al tiempo, porque huye respetuosa pero inteligentemente de la cronología, y a las circunstancias, porque de los veinte instantes de su vida profesional que ha escogido, tampoco ninguno de ellos tiene un principio y un final en sentido clásico: es el instante lo que se relata, el episodio que interesa al autor en el sentido de que cree que es lo que más le interesará al lector, y acierta. Carcedo corta cuando considera, aunque la historia siga, que lo que tiene que contar ya está contado, y considera bien. Diego convierte el pasado en presente vivo y, a veces, como en el caso de la salida de Saigón, demasiado vivo. El capítulo titulado Noche de insomnio en Kampala es un buen ejemplo de lo que he escrito. Y el titulado Dígale al rey Franco?, sublime.

Hay mucha literatura en el libro de Carcedo porque la realidad, como siempre, supera a la ficción, pero cuando esta repercute en papel, en discurso, en narrativa, los hechos devienen en belleza literaria y las circunstancias narradas evocan a Conrad y a Stevenson, sin olvidar nunca que estamos ante un gran y experimentado periodista.