En los primeros setenta y con el asombro intacto, Barcelona era un espacio ideal para imaginar las libertades, para acoger sin reservas las disidencias, para usar con audacia y riesgo las vías del posibilismo por las que discurrían las reivindicaciones frente a un Estado totalitario, para experimentar las posibilidades del arte y la cultura como herramientas para construir la nueva realidad, un nuevo modelo de convivencia. En esas coordenadas conocí el significado del seny -cordura- y el valor del término en aquellos momentos tensos que precedieron a la democracia.

En ese tiempo, y gracias a mi colega Miguel Fortuny, conocí a un personaje singular por su apariencia y cultura, por su apertura mental e inteligente, desenfado, vinculado a la cofradía de la noche y con un currículo teatral conocido por los enterados. Se llamaba Martí Galindo (1937-2019) y nos dejó en los pasados carnavales, con su popularidad multiplicada por su protagonismo en el late night Crónicas marcianas, una aventura televisiva de Xavier Sardá que hizo historia en la última década del siglo XX.

Para cualquier español veinteañero con aficiones culturales y pulsiones progresistas, para cualquier curioso o novelero, la capital catalana tenía todas las claves para la fascinación -"el reloj en hora" que decía Fortuny- y el inmenso valor añadido del mar, el mar de todos los mares. La descubrí pronto, y la postulo siempre, como una de las ciudades más hermosas, ricas y divertidas del mundo. En ese marco monumental y en ese clima grato, las horas libres ofrecían sorpresas y ofertas cualificadas que las hacían únicas. De la madrugada hacia el día, artistas y ociosos, ciudadanos de fuste y forasteros recomendados confluían en la Bodega Bohemia, un celler rebautizado "por la autoridad competente" en la calle Conde de Asalto (ya no existen ni el local ni la rua) para saborear las últimas copas y sonrisas, amenizadas por el Gran Gilbert, chansonnier y fantasista, como le gustaba definirse. Allí me presentaron al actor puntual y conversador sobrado, menudo, expresivo, que hablaba con igual propiedad de la Renaixença y del tinerfeño Guimerá, del concierto del Liceu, los cuplés de Guillermina Motta y la coherencia del noi del Poble Sec. Inolvidable Galindo.