Vuelvo a lo que decía el general Sabino Fernández Campo sobre el golpismo militar: lo que lo liquidó fue el juicio sobre el 23-F, pero no por las penas impuestas, sino por el descrédito de los golpistas, que se envolvían en banderas y grandes causas pero resultaron ser unos fulleros. Lo último está ocurriendo en el juicio sobre el procés, aunque lo peor puede estar por llegar. Por ahora lo que cualquier observador percibe es un paisaje humano -los cooperadores del procés- plagado de ocultación, secretismo, complicidades y relaciones de interés inconfesables. Lo que al hilo de esto se adivina es la existencia de una densa trama social capaz de mover voluntades y negocios, por debajo de la manta administrativa. Esto ya es grave, pero no lo más grave. Lo más grave sería que una parte de la sociedad catalana celebrara los ardides y astucias de este cenagoso sustrato crecido bajo sus pies.