Parece que ha desempatado el síndic de Creuges al recomendarle a Torra que quite los lazos amarillos y las esteladas de los edificios públicos, temporalmente y mientras dure el período electoral. Con tal de disimular que hinca la rodilla ante los españoles, a Torra le hubiera servido cualquier autoridad catalana dispuesta a dar la cara por él, y poder librarse de la inhabilitación profesional que acarrearía la desobediencia. En realidad, todo consiste en escabullirse y eludir riesgos. Torra se ha escondido tras el síndic y el síndic, para cubrirse la espalda, aseguró que ya le había aconsejado la retirada excepcional de los lazos la pasada semana. Pedro Sánchez, a su vez, decidió poner a la Junta Electoral por delante para no tener que librar el pulso con el president de la Generalitat en la campaña electoral y por si, después de las urnas, tiene que recurrir nuevamente al apoyo de los independentistas. La Junta, a su vez, no ha hecho más que prorrogar los plazos. La historia del procés está llena de deserciones y de cobardía, como se está comprobando en el juicio del Supremo. Empezó con la huida de Puigdemont, que declaró la República y no se quedó a defenderla, tras emplazar a algunos de los consejeros a resistir en sus despachos de la Generalitat mientras él se daba a la fuga. El sálvese quien pueda se confirmó la pasada semana cuando Trapero, exmayor de los Mossos, puso al Govern a los pies de los caballos. Ahora, el síndic de Creuges ha recomendado renunciar excepcionalmente a la "libertad de expresión" de los lazos por si las moscas. Todos ellos son admirables por su valor: el paradigma del coraje al servicio de unos principios.