Ya sé que lo que nos toca ahora, como el dedo de una mano de nieve, es hablar de los estragos de esta política gallinácea, rencorosa y populista que vivimos. Pero hagamos un aparte. Imaginen ustedes a un hombre importante, un ex ministro de finanzas de la República Bolivariana de Venezuela que ha huido de su país y que está en Nueva York. El hombre se ha descolgado de la pesadilla en la que un día creyó -y de la que se lucró- saliendo por piernas. Quiere empezar una nueva vida fuera de lo que se huele que va a ser un desastre. Buen olfato.

Un día le vienen a ver unos policías, altos cargos de la estructura de las fuerzas de seguridad del Estado en España. Quieren que les ofrezca datos sobre siete millones de euros con los que el régimen de Hugo Chávez parece haber pagado a unos jóvenes profesores universitarios españoles para que formen un partido político de izquierdas. Quieren que confirme la validez de unos papeles en los que aparece esa inyección de dinero con la que el régimen chavista quiere premiar a unos asesores que le han ayudado a impulsar el discurso y la mecánica electoral del aparato bolivariano.

Para convencerle, los policías le garantizan que tendrá una nueva identidad y un nuevo futuro en España. Que su familia será sacada de Venezuela gracias a los oficios de un policía que está en ese país, un experto en la lucha antiterrorista, que se encargará de sacarlos del país y llevarlos hasta tierra española, donde serán asilados. Le garantizan el aval del ministro del Interior y del presidente del Gobierno a esta operación. Y además le prometen que su nombre será encubierto bajo el nombre de testigo uno en un hipotético proceso judicial, lo que garantizaría la confidencialidad de la fuente.

Y el hombre, seducido por las promesas de seguridad, cede. Confiado en la palabra de los representantes de un estado democrático moderno, confirma que los documentos son ciertos. Cierra el trato con unos funcionarios que en realidad están actuando al margen de la legalidad. Pone su vida y la de sus familiares en mano de quienes le están estafando. Apenas un mes después, su nombre será revelado a la prensa y su familia, abandonada, queda expuesta a las represalias del régimen chavista.

Este pequeño relato de alcantarilla es real. Lo conocimos ayer y le ocurrió en 2016 al exministro venezolano Rafael Isea. Es la crónica de la actuación impropia de unos servidores públicos al servicio de no se sabe qué. La grabación de la reunión entre los funcionarios y el señor Isea se ofrece ahora al conocimiento estupefacto de una sociedad que pasa de ella. Está ocupada en sus elecciones y ya carece de tiempo para horrorizarse de hasta qué nivel de miseria ha llegado la acción de los partidos políticos. Porque si esto pasó es porque la vida pública se ha convertido, gracias a todos, a todas y a todes, en un estercolero.