Un amigo que tiene un puñado de años más que yo, yacía hace unos años en una tumbona del hotel Mencey junto a otro colega. Ambos tomaban el sol en la imperiosa zona de la piscina. Por aquel entonces, todo eran lujos en las líneas aéreas y las de low cost ni existían. Iberia era la única que alojaba a sus tripulaciones en el lujoso hotel santacrucero y los pilotos y las azafatas vivían como dioses en el Olimpo, librando días y días que pasaban en el hotel. La barra era el punto neurálgico del cotilleo santacrucero y tanto periodistas como empresarios y políticos, además de gente guapa, se encontraban cada tarde para verse unos a otros y contarse los chismes que al día siguiente leerían en los periódicos. A diferencia de hoy, que todo es tan fugaz, que al momento estaría colgado en una red social.

Aquel mediodía soleado, dos esculturales azafatas paseaban su escultural cuerpo por la piscina, y mi amigo y su colega no pudieron quitar los ojos de aquellas dos bellezas, más jóvenes que ellos un rato largo. Las azafatas se dieron la vuelta y pillaron a mi amigo escaneándolas de arriba abajo, y no se les ocurrió otra cosa que decirle: ¡viejo verde! Mi vapuleado amigo, curtido en mil batallas, insultado de mil maneras, nunca se ha recuperado de aquello. Hubiera preferido una bofetada en plena cara que escuchar semejante insulto que directamente, para aquellas azafatas, era sacarlo del mercado de sopetón, y con una daga clavada en el corazón. A día de hoy lo recuerda, y aún afirma que es el único insulto que no ha podido superar en su vida. Ay, los años, juventud, divino tesoro que te vas para no volver. Mi amiga Mary Cruz Domínguez, que tiene la misma edad que Sofía Loren y el pato Donald (según dice ella) me cuenta que hacerse viejo es terrible, pero que la otra opción es bastante peor. Aunque aquella tarde, mi amigo, desearía haber estado muerto.

@JC_Alberto