El Carnaval de Santa Cruz de Tenerife goza de la consideración de Fiesta de Interés Turístico Internacional desde el 18 de enero de 1980, máxima consideración otorgada por el Gobierno de España en reconocimiento a su tradición y proyección, características que ahora se intenta cercenar con la exigencia de traslado de la fiesta de la calle a la zona portuaria.

Curiosamente, una prohibición -dictada el 8 de febrero de 1782- es uno de los primeros documentos que permiten datar de forma oficial los inicios de las carnestolendas chicharreras: "Que ninguna persona de cualquier estado o condición que sea use de disfraz, máscara o traje diferente de su propio sexo?". Casi dos siglos y medio después, la fiesta que sirve de tarjeta de presentación de Tenerife y Canarias a nivel mundial vuelve a estar en jaque en un nuevo intento de ir contra la expresión de un pueblo. No se trata de vulnerar el derecho al descanso, sino de conciliarlo con el que les asiste a aquellos que apuestan por el ocio, en un periodo concreto del año: diez días, con cuantas medidas correctoras sean precisas, sin atentar contra el corazón del pueblo: la esencia de la fiesta.

Para desmerecer la imagen de las 400.000 personas que se dieron cita durante todo el Sábado de Piñata de la pasada edición, cuando actuaron Billo''s Caracas Boys, Orishas y Juan Luis Guerra, no ha faltado quien ha resumido como un macrobotellón este hito histórico del Carnaval, equiparable con el récord Guinness de Celia Cruz, en 1987.

Algunos vecinos del centro hablan hoy de nuevos hábitos, y no les falta razón, irónicamente hablando, si se rescata esta crónica, de hace dos siglos. Santa Cruz contaba a comienzos del siglo XIX con 6.889 habitantes. En el escrito que remite el comandante Carlos O''Donnell al alcalde de la ciudad, Nicolás Sopranis, hace constar que en 1807 y 1808 "aunque hubo mucha alegría no resultó el menor desorden", para precisar más adelante que "fue infinitamente menor el número de embriagueces". Sabino Berthelot, en su libro Primera estancia en Tenerife (1820-1830), no se abstrae a su experiencia del Carnaval: "Las noches (de la fiesta) convocan a los danzarines y la locura agita sus cascabeles. Desde todos los puntos vienen grupos de jóvenes que se dirigen al Castillo de San Cristóbal", la actual plaza de España. "En plena calle se improvisaba un baile. ¡Esto era encantador!". Claro que entonces no existía la megafonía actual, de la misma forma que tampoco la autoridad contaba con los recursos actuales para borrar la huella del Carnaval, aunque a algunos les molesta hasta el agua que echan los camiones de limpieza porque aseguran que afectan a los cimientos de sus edificios.

Precisamente en el centro del antiguo Santa Cruz se construyó el teatro municipal, donde incluso antes de su inauguración oficial, en 1851, se organizaron dos bailes del Carnaval, uno el martes y otro el Domingo de Piñata. Algo similar ocurrió con los primeros bailes del Casino en época de Carnaval, en ese mismo año, con las lógicas molestias para los vecinos del lugar.

También se habla hoy de kioscos que se han convertido en negocios en demérito de la fiesta. Basta recordar el programa de festejos organizado por la Junta de Damas del Hospitalito para los Carnavales de 1910, que concluye con esta nota: "El servicio de restaurante y merenderos durante los cuatro días de la fiesta estará a cargo de la comisión organizadora de estos espectáculos, que dispondrán de elegantes kioscos para promocionar a la clientela las mayores comodidades y las más gratas expansiones".

A veces, parece que nos ponemos gafas negras para interpretar una realidad que se ha impuesto a los deseos de quienes entonces ni estaban. Tras la creación en 1897 de la primera rondalla del Carnaval de Tenerife, el Orfeón de Santa Cruz, desembarcó la murga del buque cañonero "Laya", en 1917; se organizan en el Círculo de Amistad las dos primeras galas de Miss Carnaval, en 1935 y 1936; primeros concursos oficiales de murgas en 1961, primero en la plaza del Príncipe y desde la siguiente edición en la plaza de toros; concesión de las primeras subvenciones, en 1964 (7.000 pesetas por murga); solicitud en 1965 de la declaración de Interés Turístico del Carnaval; primer concurso de comparsas en 1971, primera subasta de kioscos, en 1973, en la que se recaudaron 300.000 pesetas con las que se costeó la mitad de la iluminación de la calle del Castillo?

Imposible olvidar cómo Santa Cruz disfrazó el Carnaval como Fiestas de Invierno para sortear la prohibición dictada en pleno franquismo. Rescatamos a continuación el diálogo que mantuvo el obispo de Tenerife, el güimarero Domingo Pérez Cáceres, con el palmero Blas Pérez González, ministro de la Gobernación y padrino en la consagración episcopal del prelado:

Domingo Pérez Cáceres: "Don Blas, usted conoce el pueblo de Tenerife y creo que deben autorizarse los carnavales".

Blas Pérez: "Don Domingo, usted ignora que al general Franco no le gustan los carnavales".

D.P.C.: "Usted puede decirle al general que aquí no va a pasar nada. Que este es un pueblo bueno y tranquilo".

(?) B.P.G.: "Además, don Domingo, usted es consciente de que en tiempo de Carnaval se cometen muchos pecados".

D.P.C.: "Deje a los tinerfeños celebrar los carnavales que después nosotros los confesaremos".

Tal vez este diálogo que incluye Enrique González y González en su libro biográfico sobre el obispo se pueda entender como una anécdota. Pero la fiesta del Carnaval es un asunto muy serio, expresión de un pueblo, que no solo permite la proyección exterior de una ciudad, una isla y un archipiélago, sino que es sinónimo de industria y economía.

En las últimas décadas, el Carnaval ha desafiado al mal tiempo, a la Guerra del Golfo, al prófugo Dámaso Rodríguez? En 2006 y 2007, por la denuncia de unos vecinos del centro, volvió a estar en la picota por el ruido, que se zanjó con una resolución que reconocía el derecho al ocio y también al descanso, para lo cual conminó a las partes a llegar a unas medidas correctoras que permitan conciliar los dos objetivos, que incluso contó con el respaldo del Parlamento de Canarias, que reconocía el interés general, que hoy precisa una actualización a la nueva normativa.

El pasado viernes, el alcalde de Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Bermúdez, ponía sobre la mesa la necesidad de una modificación legislativa o una ley con identidad propia que permita salvaguardar el Carnaval y las Fiestas de Interés Turístico Nacional o Internacional, de la misma forma que existe el paraguas de la zona de gran afluencia turística para que los restaurantes puedan abrir los domingos. Una normativa que tramite el Parlamento de Canarias y evite que alguien pueda apagar el pique pirotécnico de Los Realejos o recuperar la fiesta en la calle del Carnaval de Las Palmas o garantizar la celebración de la carnestolenda chicharrera, con cordura pero sin sordina. Por encima de colores políticos. El Carnaval son diez días de fiesta en la calle que resumen el sentir de un pueblo. Con las medidas correctoras precisas, y con la protección necesaria para que la esencia no sea un capricho de nadie, sino un sello de identidad. El que se ha transmitido de generación en generación.