Este es el título de un libro de Ignacio Sánchez-Cuenca, un politólogo de izquierda, colaborador de Zapatero y un gran debelador de los intelectuales que habiendo militado en la izquierda antifranquista evolucionaron a posiciones liberales y de derecha. Le molesta y mucho: hasta escribió un libro censurándolos. Asigna a las ideas de izquierda una superioridad moral por inspirarse en principios o ideas de solidaridad, empatía, mejores sentimientos, compasión, cuando en realidad se está refiriendo a sentimientos. Todas ellas lo son. Como buen izquierdista no distingue la proclamación de ideas, su ostentación social, la adscripción a fáciles pautas de prestigio por su incuestionable bondad, de la vivencia y arraigo de esos sentimientos en las personas y la naturalidad de su expresión. Las ideas no forman ni configuran afectos (no están grapadas), pero adornan graciosamente a quien los porta. Ocurría exactamente igual durante el franquismo con la asistencia a misa y observancia de costumbres recatadas y piadosas. Los tiempos cambian. Lo que no cambian, aunque mejoren, son las conductas, menos aún pulsiones y afectos, pero sí lo hacen los paradigmas a los que someterse por su prestigio y conformidad social.

El Tolstoi último y algunos socialistas utópicos no entenderían nada. Ya que no podemos encontrar en la izquierda indicios ciertos de su superioridad moral, salvo su presunción de ostentarla como gran a priori, hemos de fijarnos en lo que realmente muestran y hacen, no lo que dicen. ¿Podríamos decir que alguien es mejor por profesar unas ideas u otras, individual o colectivamente? ¿Tendríamos ejemplos? Nos parece mucho más fiables, por repetidos y constatables, signos, conductas y maneras de ser. ¿Podrían resultar, quizás, aquellos ambiciosos, oportunistas, ansiosos de reconocimiento, dogmáticos, hipócritas, sectarios, resentidos, indiferentes a la libertad, contemporizadores con el ambiente inmediato, o difícilmente? La solidaridad verdadera se ha despersonalizado absolutamente y es obra de Hacienda (que recauda): sistémica y sin ninguna proyección personal. Y así se quiere: fuera de uno, delegada.

Antonio Elorza recordaba hace poco que para la izquierda los fines se justifican por sí mismos. Tan es así que al comunismo siempre lo han mirado con comprensión y simpatía. O ahora a algunos populismos. La izquierda no ha tenido nunca nada de moral, sí dulces sueños y ceguera con los fines, cosa distinta. A nadie del turbión de izquierdistas que he conocido, recuerdo por su moral, acaso a los más reaccionarios por moralistas y almibarados, rezumando incongruencia e hipocresía. Contra Franco éramos transgresores, divertidos y sin muchos escrúpulos. Hoy, sería todo un lujo.