La quiebra del sistema político español es evidente, pero más aún el cuestionamiento sobre la importancia o no de votar con vistas a elegir a nuestros representantes en las distintas instituciones públicas. Lo que en la Transición fue una reconquista, tras los años de la dictadura franquista, ha derivado en la actualidad en un mecanismo que está infravalorado por la sociedad y que se percibe como el instrumento para que la clase política se perpetúe en el poder.

Uno de los comentarios más extendidos en estas últimas semanas es el referente a las dudas que tienen miles de españoles sobre a quién votarán en los próximos comicios generales. Esta incertidumbre llega a tal extremo que ese potencial votante se plantea quién de todos los candidatos de las principales formaciones es el menos malo y qué partido solucionará realmente sus intereses. Ya no hay ideología de por medio porque una parte de esa misma sociedad no la tiene, sino que responde a los estímulos de la mayor o menor presencia en las redes sociales y en la televisión de alguien que lleva la etiqueta de político. Si a esto se le añade que el problema de la corrupción está tan extendido e institucionalizado que las principales fuerzas se han visto inmersas en ella, al final aquella se pregunta para qué ejercer ese derecho si todo estará igual, quizás en manos distintas, pero igual, al fin y al cabo.

Otra de las conductas que está en auge es el desencanto del votante de izquierdas, en el cual no podemos incluir al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) porque es una fuerza política de derechas, que apuesta por el neoliberalismo. Las luchas internas dentro de Podemos constituyen la destrucción de partido abocado a desaparecer: uno de sus argumentos más recurridos es criticar continuamente a otras formaciones estatales porque solo están interesadas en sustentarse en el poder y garantizar la continuidad de la clase política, y al final son sus cabezas visibles los que igual actúan de la misma manera. El enfrentamiento entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón es solo una parte del choque de intereses por ese poder y la muestra de que tanto uno como otro creen detentar la única y válida verdad en el seno de esa izquierda. Esto no solo confunde a su electorado, sino que provoca que se perciba a Podemos como otra fuerza que le ha dado preponderancia a las cuestiones partidistas frente a los problemas sociales.

De hecho, una parte del electorado, que anteriormente lo apoyó, actuará ahora bajo el voto útil para encauzar su decisión hacia el PSOE, no por una cuestión ideológica, de programa o de alternativa, sino como un medio de contención ante el avance de la derecha y sus correligionarios de la extrema derecha y porque duda de la ambigüedad de Podemos.

Y en ese océano de dudas, el votante tampoco encuentra en el Partido Popular y en Ciudadanos la confianza suficiente para cambiar el rumbo del país porque el primero ha sido el símbolo de la corrupción y de la utilización de la política con un carácter empresarial, mientras que el segundo es la representación de otro tipo de poder central, basado en los personalismos y la imposición de su modelo neoliberal de democracia.

Por tanto, el voto y la decisión de votar, aunque son libres y responden a un supuesto convencimiento personal, están totalmente mediatizados por un nivel de agotamiento de este modelo de hacer política. De ahí que muchas personas sienten que no están representadas por ninguna fuerza y surge una duda, que va más allá de votar o no: hacerlo, ¿sirve para algo? ¿No somos conscientes de que, por más que depositemos un trozo de papel en una urna, los políticos nos dividen entre buenos y malos con el fin de que ellos se alternen en el poder? Susana Díaz dijo hace poco que había que apoyar a Pedro Sánchez en su carrera a la Presidencia del Gobierno, con lo cual ella -según sus palabras- optaría de nuevo a presidir la Junta de Andalucía. Para eso sirve votar.

*Licenciado en Geografía e Historia