Cumplió fielmente la promesa formulada a su esposa y, con tanta valentía como ternura, la ayudó a ingerir el pentobarbital sódico que, en unos instantes, acabó con una muerte aplazada desde su diagnóstico de esclerosis múltiples emitido treinta años atrás, con los dolores insoportables que ya no aliviaba la morfina, con la angustia sin tiempo que empataba la noche con el día y con el irrefrenable deseo de descansar. Con la esposa en paz y con los pendrives que siguieron todo el procedimiento, comunicó el suicidio asistido y, ?con paz y dolor?, aceptó la responsabilidad de los hechos ante la policía y el juzgado de guardia.

En la mañana siguiente, el debate sobre la eutanasia calentó las vísceras polarizadas y devolvió los clichés que, con tanta pasión como hipocresía, emplean las fuerzas políticas desde el histórico aldabonazo del escritor Ramón Sampedro que, después de treinta años en cama por un accidente que le dejó tetrapléjico, se suicidó con la ayuda de una de sus cuidadoras. La biografía del marino gallego, pionero en la petición de la muerte digna causó una conmoción nacional en enero de 1998, alargada por Mar adentro, de Alejandro Amenábar que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera en 2004. Pero, con eso y con todo, en quince años no se respondió a las legítimas demandas de los condenados en vida y a las de quienes defendemos el derecho personal e inalienable de un final decente cuando no existen soluciones ni esperanzas.

En la ola de admiración que adorna la historia de amor de María José Carrasco y Ángel Hernández notamos una evidente paradoja; el juez instructor y el fiscal, primer escalón de un poder judicial en entredicho, aplicaron la ley con la generosidad que permite su letra. Los tribunos en campaña entraron en la noticia de primera plana por su impresionante arrastre popular y, con más o menos matices, recordaron sus posiciones antagónicas: la eutanasia o los cuidados paliativos. La Iglesia, que habla para sus feligreses, reiteró su postura tradicional; y la calle, donde confluyen todas las éticas legítimas, acreditó en las encuestas de estos días su alineamiento con una reivindicación humanitaria que, con más lentitud de la necesaria y deseable, se abre paso en Europa y América del Norte.