Michel Camilo (Santo Domingo, 1954), uno de los pianistas más reputados del panorama internacional, ofrecerá hoy el estreno mundial de su obra "Tenerife", en un concierto que le reunirá en el Auditorio de Santa Cruz con la OST, dirigida por Lü Jia. "Esta pieza está dedicada a esta Isla. En ella plasmo la energía vibrante que siempre he percibido en mis estancias aquí", reveló ayer el músico dominicano, protagonista de una velada que comenzará a las 20:30 horas y en la que el público podrá escuchar también la Sinfonía nº 5 de Beethoven.

-¿Se considera representante de aquella generación de músicos que renovó el jazz de finales de los 70 y principios de los 80?

-Más que renovación del jazz prefiero hablar de una segunda gran etapa de este género musical. El primer gran periodo transcurrió entre los años 40 y 60, después vinieron unos años de oscurantismo y todo se retoma a mediados de los 80. Cuando llegué a Nueva York en 1979 pensé que había llegado tarde porque recuerdo haber leído en el New York Times un artículo titulado "La muerte del jazz". Para colmo, a principios de los 80, por culpa de una recesión económica, las casas discográficas no estaban firmando a nadie nuevo. Por eso mi generación se creó en los clubes de jazz y en los espacios experimentales donde las "jam sessions" terminaban a las cinco de la mañana.

-¿El piano más que un instrumento es una extensión de su cuerpo?

-No solamente de mi cuerpo sino de mis cuerpos. Tengo tres cuerpos: el físico, el mental y el espiritual. Todos mis sentimientos y emociones los he podido plasmar a través de mi música desde que escribí mi primera pieza a los cinco años. Para mí la música es el lenguaje del alma.

-¿Prefiere actuar en solitario, en trío o arropado por una orquesta?

-Lo que yo prefiero es hacer música, sea como sea. Lo que sucede con la orquesta sinfónica es que estás nadando en un océano de sonido. Antes de que llegue al público ese sonido te traspasa. Uno vibra con esa masa sonora que te arropa. Es una experiencia sublime.

-¿Por qué estuvo tanto tiempo sin grabar un disco en directo?

-Sencillamente porque las discográficas no me dejaban. Existía una cláusula en mi contrato que me lo impedía; decían que los discos en directo no se vendían. Costó convencerles, pero al final fue un éxito rotundo. Me pidieron que "Live at the Blue Note" fuera un proyecto especial y sacamos un álbum doble con piezas clave de mi repertorio junto a versiones nuevas. No quería que fuera un disco de lo nuevo y otro de lo viejo sino que los temas se mezclaran.

-¿El jazz se disfruta más en grandes auditorios o en pequeños clubes de jazz?

-Cuando actúo en un club de jazz me nutro de la vibración y de la energía de un público tan cercano y eso lo traspaso al gran escenario e, incluso, al estudio de grabación. En un gran escenario uno no ve al público, sólo se ven luces que te ciegan.

-Se dice que una pieza de jazz nunca se interpreta igual dos veces.

-Eso es lo que perseguimos todos los "jazzistas": no repetirnos. El reto es estar siempre creativo. Creo firmemente en "el elemento del riesgo" de Lester Bowie, que consiste en la composición al instante. Es lo que me atrajo de ser músico de jazz. Aunque la pieza tenga una estructura, dentro de ella se goza de libertad para poder crear y sorprenderse cada vez que uno sube a un escenario. Cuando actúo con otros músicos siempre me pregunto: "¿A ver qué pasa aquí esta noche?".

-Formó pareja artística con Tomatito. ¿Qué comparten el flamenco y el jazz?

-El cante "jondo" es el equivalente del blues en el jazz. Ambos expresan el ansia del "quejió", del lamento profundo. Si uno no entiende el blues no puede tocar jazz. Por ahí empieza el jazz.

-Con "Spain" y "Spain Again" demostraron que el flamenco y el jazz puedan casar a la perfección. ¿Con qué otros estilos cree que podría funcionar este mestizaje?

-Hace dos años conocí a Roby Lakatos, un violinista húngaro, cada uno se quedó atónito con la música del otro. En enero de este año me invitó a tocar con él en el Carnegie Hall y acabamos tocando música gitana húngara y descubrí que el jazz funciona también con este estilo musical.

-Grabaron "Spain" dos años después de estar dos años de gira. ¿Es la mejor manera de captar la esencia de la música?

-Ese fue el secreto de ese disco. Lo hicimos así porque ambos abandonamos el terreno seguro para ir a terreno de riesgo. Había que conocerse primero porque el público nota cuando no hay química. Un dúo de una guitarra flamenca y un piano acústico es muy desnudo, y si no hay una amistad entrañable de por medio no se puede hacer este tipo de trabajo tan íntimo y repleto de sentimientos. No hay nada mejor que llegar al estudio y grabar "Bésame mucho" en una sola toma.

-¿Es cierto que en un concierto en Málaga se fue la luz y siguió tocando?

-Fue un concierto apoteósico y el público estaba delirante. Comenzamos a tocar un bis y, de repente, se fue la luz, pero no paramos porque estábamos inmersos en la música. Fue un momento mágico. Muchos de los grandes pianistas de jazz como Marcus Roberts o Ray Charles eran ciegos.

-Ya ha dirigido orquestas sinfónicas. ¿En un futuro se ve cambiando el piano por la batuta?

-Si lo hago, lo haré cuando los dedos comiencen a ponerse lentos. Dirigí muchos años en Broadway, pero me di cuenta que la dirección exige el empleo de otros músculos y me descolocaba para tocar el piano. No quise arriesgar mi técnica pianística.

-¿Cómo recuerda la experiencia de trabajar en "Calle 54", la película de Fernando Trueba que catapultó el "latin jazz" de forma mediática?

-Fue una gran fiesta durante dos semanas. Cada día le tocaba actuar a un artista diferente y el resto estaba presente para arroparlo, pero quizá, también, para darle un poco de "candela". A pesar de que parece que cada uno toca en un lugar diferente, "Calle 54" se rodó en una misma localización con diferente color e iluminación. Trueba tuvo una especie de premonición con Tito Puente porque su pieza la ambientó de blanco, como si ya estuviera en el cielo. Poco después, murió.

-También ha compuesto música para el cine. ¿En las bandas sonoras la música no queda relegada a un segundo plano?

-No lo creo. Las bandas sonoras te ponen en contacto con el lado emocional de la música. Cuando trabajé con James Brooks en "Al filo de la noticia" me dijo: "Yo no quiero oír la música, quiero sentirla". Para cualquier músico eso es un reto.