Como si del argumento de una película se tratara, el incendio que se produjo el pasado domingo en la segunda planta del edificio que hasta su cierre en 2004 albergó los Multicines Greco -la mayor sala de Canarias desde su inauguración en 1967- vuelve a traer a la "pantalla" la nostalgia de aquellos singulares cines que, metraje a metraje y beso a beso, han ido desapareciendo, en unos casos "agotados" por su propio concepto y, en otros, "quemados" por la crisis de un modelo de negocio en el que se ha impuesto la concentración en forma de multisalas.

Hay que tirar de memoria y de años, o bien recurrir a estudiosos como José Antonio Pérez-Alcalde y Aurelio Carnero, para reconocer que hace poco más de un siglo ya se "proyectaba" en Tenerife, de manera incipiente, uno de los inventos más revolucionarios de la historia: el cine.

De las primeras salas al aire libre que protagonizaron aires de "modernidad" con la exhibición de películas, más o menos regularmente y de cierta "calidad", se pasó a lugares mejor acondicionados que contaban con una programación estable, patio de butacas, palcos y graderíos a precios económicos, los populares gallineros.

Lo cierto es que, analizados con la perspectiva del tiempo, estos espacios se convirtieron en referentes para generaciones de tinerfeños, que apenas contaban con elementos de distracción posible.

En este contexto aparecen sobre el paisaje entre urbano y rural de la Isla el Parque Recreativo y el Salón Novedades (1912), al que siguieron en 1928 el cine La Paz, que levantó la familia Baudet junto a Luis Zamorano, un lugar de corte popular y a precios económicos, que se dedicó al reestreno de películas, hasta que cerró en 1973 y posteriormente se derribó el edificio.

En aquel año de 1928 también surgía en la escena del celuloide el Cinema Victoria, ubicado en la avenida General Mola (propiedad de los Zamorano y que aprovechó la estructura de una fábrica de tabacos como soporte) y el conocido como Avenida en la de Buenos Aires. A ellos se sumó el cine Toscal, primero al aire libre y techado desde 1930, que tras vivir una remodelación pasó a tomar el nombre de Real Cinema, hasta que acabó sus días en 1991 en la calle de La Rosa.

En la vecina ciudad de La Laguna, desde 1906 se habían comenzado a celebrar sesiones de cine en el Teatro Viana, si bien tuvo que echar el telón, víctima de la competencia del Teatro Leal. Los propietarios de aquel formidable edificio que se levantó en la calle de La Carrera mantuvieron la exhibición cinematográfica como parte destacada de su programación cultural, pero también sufrieron la crisis y cerraron hasta que el Ayuntamiento de La Laguna procedió a la restauración del inmueble y a su reciente reestreno, pero fundamentalmente como espacio teatral.

En 1928, la ciudad de Aguere sumaba un nuevo espacio en su conquista del cine: el Parque Victoria. Este recinto se ubicó en la plaza del Adelantado para mudarse posteriormente a la calle Heraclio Sánchez donde vivió hasta 1991.

Lo cierto es que a comienzos de la década de los 30, los cinematógrafos ya se concebían como un elemento más del paisaje de aquellas ciudades sencillamente pueblerinas; una, la capital, asomada a la bahía, pendiente de lo que entraba y salía por el puerto; la otra, universitaria, enfundada en su abrigo de noble porte.

En Santa Cruz, con la monarquía claudicando, Luis Zamorano se embarcaba en 1931 en la construcción de un edificio concebido exclusivamente para la proyección de películas. Corrían los tiempos de la República, las obras se retrasaron y con el paréntesis que representó el conflicto de la Guerra Civil española, el proyecto no se convirtió en realidad hasta 1939. Ese año vio la luz en la capital santacrucera el Royal Victoria, que se mantuvo abierto hasta 1975, cuando fue literalmente "engullido" por el crecimiento de la trama urbana.

En 1931 también iniciaba su andadura el cine San Sebastián, que se fue manteniendo en cartelera con una programación de segundo orden hasta que la propia naturaleza lo desplazó en 1950.

En la misma década de los treinta del pasado siglo aparecía en Santa Cruz uno de los espacios considerados míticos: el cine Numancia. De estos primeros años no le viene su mejor "cartel", sino de la década de los 70 y 80, con la exhibición de películas de contenido calificado "s" que le dieron un carácter singular, hasta que fue languideciendo y dejó de funcionar como tal en 1983.

Sin duda, uno de los hitos de la exhibición cinematográfica de la Isla tiene nombre propio: el teatro Baudet. La inauguración de esta sala tuvo lugar en 1944, en un edificio obra del arquitecto Marrero Regalado, y que por entonces lucía con orgullo el título de ser el mayor de las Islas. El devenir del negocio y de los tiempos quiso que el recinto acogiera otro tipo de espectáculos, manteniendo sus funciones hasta 1985. El Cabildo promovió un concurso de ideas con el objeto de rehabilitar este espacio, para algunos la fórmula precisa para no hacer absolutamente nada. Solo en los bajos del inmueble se instaló la Librería del Cabildo.

También de aquellos años 40 marcados por el hambre y señalados por las cicatrices de la posguerra surgieron locales de barrio, como el cine Moderno, que desapareció en 1976; el cine Buenos Aires, popularmente llamado "Cacharrito", en la barriada del mismo nombre y que también pervivió hasta 1976 o el cine Crespo, en el populoso barrio de La Salud, que tiene la misma fecha de "defunción" que los anteriores.

La década de los 50 representó un florecimiento de la actividad cinematográfica en la Isla. De esta época data el cine Price, derribado en 1990 y en cuyo solar se levantó el Multicines Renoir Price, con seis salas, que se inauguró en 2005 y clausuraba su proyecto en noviembre de 2013.

Por General Mola, se abrió el cine Tenerife, un local de segundo orden que desde 1981 fue campo de experimentación del colectivo Yaiza Borges, proyecto intelectual que logró sobrevivir hasta 1986.

En 1953, el barrio de El Toscal incorporaba a su arquitectura el teatro San Martín, de la familia Baudet, que en 1984 clausuró su vocación fílmica, se usó como instalación deportiva y ahora aguarda a que el Ayuntamiento le dé ese carácter definitivo.

Los "dorados" 50 conocieron el nacimiento del cine Rex, alzado desde 1954 en un majestuoso edificio de la céntrica calle de Méndez Núñez, que incorporaba los últimos avances de sonido y confort, si bien cerró en 1985 y no ha conseguido encontrar su lugar.

El mismo año abría el cine Víctor, junto a la plaza de La Paz, el primer local en exhibir una película en cinemascope y que tras clausurarse en 1984 mantiene su actividad exhibiendo películas.

De esta década en La Laguna son el cine Coliseum; el cine Dácil y, con posterioridad, los Multicines Aguere, que se estrenaron en 1972 y, tras un cierre en 2004, ahora acogen distintas actividades relacionadas con el mundo cultural.

El estreno del cine Greco tuvo lugar en 1967, pero se vio obligado a cerrar en 1985 y si bien se remodeló adaptándose al modelo de multicine, la actividad no pasó de 2004. En 1982, se abren en la avenida de Bélgica los multicines Oscar''s, pero la "película" tuvo idéntico final: cierre en 2004. Un año más tarde, en 1983, apareció como un sueño Minicines Charlot, en la zona de Salamanca, pero se trató más bien de un "corto", una cinta que acabó en 1988.

El resultado parece evidente. Los formatos de salas de proyección cinematográfica que han pervivido son aquellos que se vinculan a centros comerciales, como el caso de Yelmo Cineplex (Santa Cruz y La Orotava); Multicines Tenerife (Alcampo); Multicines Central Zenter (Playa de Las Américas); Multicines Gran Sur Adeje o Multicines Puntalarga (Candelaria).

Las posibilidades de negocio y la rentabilidad han marcado el guion. El resto de las iniciativas, a excepción de las proyecciones que se mantienen en el cine Víctor y los pases de la Sala del TEA, han quedado por el camino, como sueños irrealizables y opciones románticas.