Acaba de pasar por el Festival Internacional de Literatura de Viajes y Aventuras del Puerto de laCruz (Periplo), cita en la que el periodista y escritor John Carlin (1956) habló con pasión de un oficio que, según él, lo convirtió en un ser bipolar en cuanto Clint Eastwood llevó a la gran pantalla una adaptación de “El factor humano”, un libro en el que el ganador del premio Ortega y Gasset narra las acciones que llevó a cabo el presidente NelsonMandela en 1995 durante la celebración de la Copa Mundial de Rugby de Sudáfrica.

¿Se siente el como el cazador cazado?

Sí, hay algo de eso. Yo suelo estar al otro lado de la mesa haciendo las preguntas, pero ya casi me he acostumbrado a pasar por estos momentos. Ahora soy bipolar. Mi vida cambió en cuanto se estrenó la película “Invictus”.

¿Y en medio de esa bipolaridad, quién gana a quién: el periodista o el escritor?

No, no... Yo me considero absolutamente un periodista que escribe libros periodísticos. Eso es lo que soy. Para bien o para mal, soy un periodista que escribe libros (repite).

¿Cómo vive un comunicador de largo recorrido la indefinición que sufre el sector?

Esa indefinición no está tanto en el oficio, porque básicamente casi todos los que nos dedicamos a esto sabemos cuáles son las reglas del juego, sino en su aspecto comercial. La clave es saber si van a dar con una fórmula que permita que un modelo funcione desde el punto de vista comercial y, a su vez, garantice la contratación de periodistas para que periódicos, o algo que se parezca a un periódico, sigan existiendo. Creo que ahí está la incertidumbre. En cuanto a distinguir entre un buen o mal periodista, creo, que eso está bien definido... La brújula debe apuntar siempre al norte.

El periodismo es como una cebolla, es decir, muchas capas envolviendo una sola planta. ¿no? Se lo pregunto para conocer si la sensación de informar es la misma cuando se hace desde una sección de sucesos, deportes, la de un corresponsal de guerra o un periodista del corazón.

No lo es, pero todas tienen algo en común. Existe algo elemental que une a un cronista de sucesos, de deportes o de la prensa rosa. Todos son contadores de historias. Algunos relatos son suaves y otros rozan una dureza extrema, pero básicamente esta profesión consiste en contar historias de una forma digerible. Nuestro trabajo no se diferencia demasiado de aquellos tiempos prehistóricos en los que un grupo se sentaba alrededor de una hoguera para oír a un tipo que tenía cierta habilidad para contar historias.

¿No cree que en el modelo informativo actual existe un déficit a la hora de contar buenas historias?

Hoy se hace menos trabajo de calle que antes. Esto obedece a varios motivos, pero a mí se me ocurren dos. Uno está vinculado directamente con el uso que se le da a internet. Tener Google o Wikipedia nos hace caer en la tentación de no salir a la calle a buscar historias. Eso es un problema. Sobre todo, porque algunos realizan una interpretación desarmada de lo que significa esta profesión. Los periodistas hemos dejado de mirar a los ojos de los protagonistas de sus historias porque nos pasamos el día sentados delante de la pantalla del ordenador. Por eso es muy fácil sucumbir a la tentación. El segundo motivo tiene que ver con la falta de dinero. Si hoy existen dificultades para pagar la factura de un taxi no podemos pensar en realizar grandes inversiones dirigidas a buscar el rastro de una noticia. Cuando empecé en El País, hace ya más de 15 años, me mandaban a cubrir noticias por todo el mundo sin parpadear. Hoy, en cambio, no hay dinero para acometer esos despliegues.

Hijo de un matrimonio compuesto por un inglés y una española y criado en Londres y en Buenos Aire, lo difícil era que no se sintiera atraído por el fútbol... ¿En ese caso el aficionado le gana la partida al periodista?

Indudablemente, pero yo nunca me he considerado un periodista deportivo. Sentirme así sería como despreciar a los compañeros que sí lo son. Ellos saben muchísimo más que yo y, sobre todo, sus análisis son más certeros. Yo no voy por ese camino. En mi columna dominical de El País escribo de fútbol, pero lo hago desde una perspectiva sociológica, filosófica, antropológica y demás potingues que se me puedan ocurrir... Intento explicar la condición humana a través del fútbol, pero muchas veces ni yo mismo soy capaz de identificar si estoy hablando en serio o en broma.

¿En esa columna dominical una de sus “presas” favoritas es Mourinho?

Eso delata una falta de imaginación por mi parte (sonríe). Mou es tan fácil de cazar comoBambi... Me lo pone a huevo. A veces siento algo de vergüenza por el hecho de escribir tantas veces sobre él, pero eso es algo irresistible. Como periodista es una bendición porque es un personaje que te ofrece mucho juego. Hay días en los que me sale la vena española y escribo desde la indignación. Ese es el deporte nacional en este país. Me gusta mucho el cachondeo y para mí Mourinho es como un payaso, con todos mis respetos para los payasos...

Volvamos al principio de esta entrevista bipolar. ¿Haber conocido a Nelson Mandela agranda el mito?

Él me dio una pista de lo que debe ser una buena persona... Aún no he tomado la distancia necesaria para admitir la suerte que tuve al conocer a Mandela.