La calle se ha perdido como un espacio de relación normal con la ciudad y entre las personas, como espacio flexible para convivir, jugar, aprender, divertirse... con un cierto grado de libertad y seguridad. La calle ha pasado de ser el lugar de juego de los niños y niñas al lugar de los peligros. Esta es una circunstancia común al conjunto de la población, pero afecta especialmente a las personas más jóvenes, limitando su autonomía en los espacios públicos de las ciudades.

Lo cierto es que, en general, las ciudades no están pensadas para responder a las necesidades de las niñas y los niños, priorizándose los usos que de ella hacen las personas adultas, con una subordinación importante a las condiciones que impone el uso de los vehículos privados. Ciertamente, la realidad no es la misma, según de qué barrios o pueblos estemos hablando. Por ejemplo, algunas ciudades en Tenerife están mejor dotadas que otras de aceras amplias, ramblas, iluminación, árboles, comercios, zonas verdes, plazas e infraestructuras urbanas en general, que facilitan el uso de las calles no solo para ir de un sitio a otro con seguridad, sino también para la relación y la convivencia, pero otras no. Pensemos por ejemplo en algunos tramos de la peligrosa carretera general del Norte. Es necesario apreciar las diferencias y corregir las desigualdades entre unas zonas y otras.

Es generalizado, y cada vez más fuerte, el miedo de las personas adultas a que las niñas y los niños estén solos en la calle o en la plaza, o a que se desplacen por la ciudad sin la compañía y protección de personas más mayores, cosa que no hace tantos años era lo habitual. La recuperación de las calles y de los espacios públicos para que las niñas y los niños se relacionen, participen, se diviertan y aprendan es precisamente un factor que contribuiría a una mayor seguridad común, a un mayor disfrute de la ciudad para todas las personas y, en definitiva, a una humanización de las relaciones sociales. Las ciudades serían mucho mejores si fueran seguras para los niños, si estos pudieran bajar a la calle sin peligro de ser atropellados, si todos nos sintiéramos familia y, en cierta medida, nos cuidáramos más unos a otros.

¿Cómo pueden los diferentes espacios públicos de la ciudad convertirse en lugares seguros y a la vez en áreas de juego y abrir nuevas formas de interactuar y experimentar el espacio? Esta es una pregunta que ha impulsado a muchos arquitectos interesantes a experimentar con el espacio urbano, a crear arquitecturas para intervenciones urbanas temporales que reactiven los espacios públicos infrautilizados a través del juego y la diversión.

Estos ejemplos demuestran que ni es difícil ni es costoso responder a la demanda de los niños y niñas de áreas de juego y nuevas formas de explorar el mundo a través de sus ciudades. Traspasar los límites de los juegos infantiles convencionales, desafiar las áreas de juego tradicionales que generalmente se instalan en espacios públicos, como columpios, toboganes y otros módulos de plástico estandarizados es posible y además sería bueno para la imaginación de los niños y niñas, ayudaría a que su mundo (y de paso el nuestro) fuera más seguro y a la vez interesante.

UNICEF, en colaboración con Global City Indicators Facility, ha desarrollado el Índice UKID, el Índice de Desarrollo Infantil Urbano. Este índice, que debería estar en la mesa de todos los alcaldes, permite a las partes interesadas, incluidos los encargados de formular políticas a nivel de ciudad, acceder a los datos estratégicos necesarios para desarrollar, supervisar y evaluar políticas de desarrollo que incorporen el bienestar de los niños y niñas.

Tiene un nombre precioso: UKID, y se creó para abordar los desafíos complejos para niños y jóvenes en un mundo que se está urbanizando rápidamente. El índice es un punto de partida crucial para el progreso tangible del desarrollo infantil en las ciudades y será una herramienta importante para la promoción, programación y desarrollo de políticas basadas en evidencias.