Ocho horas después de que el director napolitano Riccardo Muti abandonara el escenario del Musikverein de Viena aclamado por el concierto que acababa de cerrar en torno a la magia de los Strauss, el público que ayer por la tarde llenó el teatro Guimerá santacrucero acompañaba con palmas los compases de la "Marcha Radetzky" con la que el maestro burgalés Víctor Pablo Pérez despedía el Concierto de Año Nuevo de la Joven Orquesta de Canarias (Jocan). Antes de llegar al conocidísimo desenlace compuesto por Johann Strauss (padre), los espectadores disfrutaron con la ejecución de un ambicioso y complejo programa en el que había piezas de J.M. Ruiz -autor de "Balcánicas" que siguió el concierto desde la fila 11-, Dmitri Shostakóvich e Ígor Stravinsky.

Por segundo año consecutivo el espacio cultural santacrucero acogió un evento musical que es futuro, pero, a su vez, presente: los 90 músicos que ayer dejaron pequeño el escenario del Guimerá exhibieron durante una hora y cincuenta y cuatro minutos -incluido el descanso y la gran recompensa final en forma de aplausos- una sonoridad digna de una orquesta con mucha más de la experiencia que atesora un grupo que destila calidad, compañerismo -los abrazos y besos de sus componentes cuando los espectadores ya iban camino del vestíbulo del teatro es la prueba evidente de que estamos ante un grupo sin grietas-, ilusión, vitalismo... Cada uno de los valores que se suponen anidan en un colectivo sin contaminar son los que tiene entre sus manos Víctor Pablo Pérez. El también director honorífico de la Orquesta Sinfónica de Tenerife transmitió comodidad durante el tiempo que permaneció expuesto a una audiencia que edificó un solemne silencio en los segundos previos a la interpretación de "Balcánicas".

El tímido sonido de un tambor anunciaba un título intimidatorio. De esos que están repletos de complejidades, pero que una vez ejecutados te dejan en el interior una recompensa mayor. Nada se interpuso en el avance de un título que no oculta sus tintes belicosos. Ese fue el sentido que le quiso dar el ensayista, crítico musical y compositor grancanario Juan Manuel Ruiz. "Balcánicas" es un homenaje sonoro a las víctimas de la Guerra de los Balcanes. El dramatismo que se espació sobre el campo de batalla está retratado magníficamente en una composición de 1999 que se estrenó oficialmente diecisiete años después. Su sonido es hermoso y sobrecogedor.

Víctor Pablo Pérez reclamó la presencia del "invitado" de la fila 11 cuando cesó el poderío de "Balcánicas". "Ha sido emocionante", destacó Ruiz durante el descanso del concierto. "Durante unos días he visto cómo crecía esta pieza y seguro que lo va a seguir haciendo", destacó en referencia a los compromisos que tiene que asumir en las próximas horas la Jocan en Las Palmas de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote. "No es una obra fácil de interpretar, pero he disfrutado con una buena ejecución", reforzó sobre una partitura cuya vida se alargó durante algo más de media hora y que abrió un programa que dio un giro de 180 grados en cuanto empezó a sonar la "Suite de Jazz Número 2" (selección) de Shostakóvich.

Con el corazón encogido por la belleza de "Balcánicas", lo que vino después sintetizó magistralmente un mundo mucho más alegre, cromático e impulsivo. Más navideño. La Jocan cambió de registro para dar vida a un autor cuyo ADN musical contiene un exquisito equilibrio emocional y sonoro en el que se filtran las influencias de Beethoven, Mahler o Berg. Los cinco movimientos que se escucharon antes del intermedio contagiaron un espíritu cinéfilo a una sala que quedó atrapada por unas texturas jazzísticas que retorcieron a los miembros de la orquesta: la "nerviosa" movilidad de sus integrantes fue el aval de una conexión entre lo que estaba sucediendo en el escenario y en el patio de butacas y palcos: entre los políticos que asistieron al Guimerá estaban Isaac Castellano, consejero encargado del área de Cultura, y Aurelio González, actual viceconsejero de esta misma materia.

Otro compositor ruso se convirtió en el referente desde el que se enfiló la segunda parte del Concierto de Año Nuevo. Antecesor de Shostakóvich, la interpretación de "El Pájaro de Fuego" de Stravinsky volvió a originar una atmósfera melancólica en el Guimerá. Su lirismo onírico espantó cualquier atisbo de fiesta para colocar a los jóvenes de la Jocan ante un reto superior.

Víctor Pablo Pérez, mucho más enérgico que durante la dirección de la "Suite de Jazz Nº2", modificó el ritmo de la tarde para extraer magistralmente los sonidos de una orquesta que aspira a dominar la escena de los próximos años. Lo que empezó a germinar en 2016 -con la selección de un centenar de componentes-, que se presentó oficialmente el 1 de enero de 2017 en el Guimerá y que ayer encandiló con tres piezas soberbias, se adentró en el laberíntico y selecto repertorio de Stravinsky: el título, como otros muchos de su exitosa carrera musical, se escribió para ser ejecutado por los ballets rusos y su trama -basada en un cuento infantil- golpea de lleno a un ave milotógica de brillo intenso que puede llegar a convertirse tanto en una bendición como en una maldición por sus captores. El inesperado llanto de un bebé, cuando la intensidad musical se desbordó, presagiaba una tragedia pero solo fue un amago de llantina.

Bajo el elegante vuelo musical de "El Pájaro de Fuego", Canarias ha hallado un punto de encuentro entre todas las Islas que se unifica cada vez que la Jocan protagoniza episodios como el que ayer se percibió en esta capital. Un repertorio exigente, las miradas de muchos familiares y un maestro que mira a sus alumnos con la ternura de estar participando en su crecimiento y la exigencia de saber que aún existe margen de mejora fueron los ingredientes de un concierto prodigioso que quiso ir un poquito más allá de las criaturas creadas por J.M. Ruiz, Shostakóvich y Stravinsky.

Fuera de programa, Pérez abrió un capítulo de agradecimientos en el que hubo un par de villancicos, un corto viaje al Caribe para oír en formato de gran orquesta una pequeña selección de "Mamá, llévame a La Habana" o volver a España con "El mantón de Manila". A esa hora ya se intuía, que al igual que el tradicional Concierto de Navidad que se celebra cada 25 de diciembre en el Puerto de Tenerife, esto no iba a acabar sin que sonara la "Marcha Radetzky".

Víctor Pablo Pérez tuvo que calmar las ganas con las que los asistentes quisieron aplaudir un inicio que estaba reservado para la Jocan, pero en cuando autorizó las palmas el concierto se vio abocado a un final igual de esperado al que había protagonizado por la mañana Muti en la capital vienesa.

Salvando las distancias, lógicamente, el eco de Strauss dejó en el Guimerá una despedida agradable que supieron edificar nota a nota unos músicos que construyeron el primer recuerdo positivo de 2018: juventud divino tesoro. Ese es el comentario generalizado que maduró en los alrededores de un teatro rendido a la fuerza de la música, esta vez en poder de un puñado de jóvenes y la batuta de un grandísimo profesor.