Al empezar un proyecto se entra en un bosque de decisiones, de dudas, de inquietudes? Lógicamente, todo el mundo trata de conseguir lo mejor para ese proyecto: las mejores localizaciones, el mejor guion, las mejores ópticas y, cómo no, el mejor reparto posible.

Además de componentes artísticos, un proyecto tiene muchos componentes económicos. Hacer cine o televisión es muy caro: un día de rodaje en una producción modesta puede costar veinte mil euros y, desde ahí, hasta donde se quiera o se pueda. Las ópticas y las localizaciones no venden el proyecto? los actores, sí. Así que en el "casting" se juntan la necesidad de tener (lógicamente) buenos actores, la presencia de gente nueva que sorprenda y de actores reconocidos que puedan atraer al espectador y ayudar al éxito del proyecto.

Con todas esas ideas en la cabeza y con la determinación como director de buscar los mejores actores para encarnar a los personajes, me lancé al reto. Después de varias semanas de "casting" y decenas de pruebas, tenía una selección de actores y actrices. El proyecto es una serie para una televisión de Rumanía cuya sede central está en Praga (cosas de la globalización), así que allí fuimos a presentar esa selección. La reunión fue bien y los actores gustaron. Los ejecutivos (alemanes) solo tenían una petición: querían al protagonista más guapo y, a ser posible, que fuera desconocido.

La petición podía parecer descabellada, pero tenía su lógica. Querer más belleza en el "casting" es una petición habitual; pedir que el protagonista sea desconocido es más improbable, pero en el caso de nuestro protagonista, cuyo personaje es misterioso y de pasado desconocido, el que no fuera una cara conocida ayudaba a generar ese halo de misterio. Pero tipos muy guapos, en la cuarentena, que no sean conocidos y que sepan actuar o tengan las dotes para ser el protagonista absoluto de una serie no deben de formar un grupo muy numeroso. Más bien tienden al conjunto vacío. "En Rumanía hay veinte millones de personas más otros tres o cuatro entre Italia y España; alguien habrá que pueda hacerlo". Así se acabó el debate en Praga.

Decidimos intentarlo, aunque yo no tenía muchas esperanzas. Chicos o chicas jóvenes que no sean famosos, que sean guapos y que sean buenos actores hay muchos, pero si la vida no te ha llevado por ese camino, es extraño encontrarte a un galán que sepa actuar, que sea guapo, que tenga ganas, que esté en los cuarenta y, sobre todo, que sea un completo desconocido. Pusimos anuncios en la prensa rumana en España e Italia y abrimos el "casting" en Rumanía. Llegaron muchas fotos, seleccionamos e hicimos pruebas a monitores de gimnasio, cantantes de ópera, modelos, deportistas, agentes de seguros y así hasta el infinito. A la semana me llegó una foto de un tipo: era guapo, media un metro noventa y había sido policía, aunque en la actualidad trabajaba en un puerto en el Danubio. Era el último del "casting" ese día. Hasta ese momento, tenía fotos prometedoras de otros candidatos, pero el paso del día nos mostró que, o bien la foto tenía muchos años y el tiempo había hecho estragos en esa persona o bien sus dotes de interpretación eran nulas. Poco a poco, prueba a prueba, el día se acababa y no teníamos nada. Yo miraba la foto del último candidato esperando que la persona que entrara se pareciera a la que en ella aparecía; la verdad, estaba un poco ansioso porque no teníamos a nadie y la advertencia desde Praga era clara: "Si no hay un prota perfecto no hay proyecto". La puerta se abrió y Mihael entró. Era un tipo amable, alto, simpático y extremadamente guapo; lo primero que hizo fue excusarse: "No soy actor, no te hagas muchas ilusiones". Supongo que al verle entrar mis ojos desvelaron mis expectativas.

La primera prueba fue regular, por no decir mal, pero no me desanimé; Mihael no tenía ninguna formación, pero era voluntarioso y, sobre todo, estaba abierto a aprender; solo le pedí que me escuchara y confiara en mí y empezamos a trabajar. Le expliqué lo que quería y cómo lo quería y le conté cómo podía conseguirlo. No fue mi dirección de actores más elevada o más sofisticada, estábamos en lo básico, lo elemental, buscaba ser pragmático. Mihael me escuchó y confió en mí, se tiró al vacío, se olvidó de sus miedos y, una hora después, la misma escena ya era bastante aceptable. "¿Está bien?" -me preguntó-. Le respondí que no, pero que en una hora había mejorado una barbaridad y yo buscaba eso, no que estuviera bien (lo cual era casi imposible), sino saber cuánto podía mejorar; y había mejorado y mucho.

Mientras nos despedíamos pensé que el mérito de lo que había ocurrido era suyo; yo le había indicado qué hacer y cómo hacerlo, pero yo soy un profesional y, básicamente, había hecho mi trabajo. Mihael había tenido el valor de exponerse a una prueba, escuchar a un desconocido, confiar en él y olvidarse de lo que sabía para, con los ojos tapados, conducir sus sentimientos a toda velocidad con mis indicaciones. Esa capacidad me gustó, esa humildad de escuchar, las ganas de aprender y, sobre todo, el estar abierto a olvidarse de lo que uno conoce y probar lo desconocido. Eso es ser un actor y, básicamente, así es como deberíamos salir cada mañana de casa; la vida sería, al menos, más divertida.