Le gusta llevar a sus personajes al límite, a esa frontera en la que están al borde del abismo, pero en la que siempre hay margen para dar un salto hacia atrás. El murciano Agustín Martínez (1975) es un "cirujano" del género negro. Sus casi 20 años de experiencia como guionista están serigrafiados en los capítulos de "Monteperdido" (2015) y "La mala hierba" (2017), obra con la que opta al Premio Ciudad de Santa Cruz 2018. "No puedo, ni quiero, olvidar mi pasado, pero son dos realidades distintas. Un guion y una novela tienen poco que ver", acentúa un narrador cuyos libros ya se distribuyen en una decena de países. "Hasta que tuve muy clara esta trama no me lancé a escribirla", destaca un profesional que aportó su creatividad a series de televisión como "Sin tetas no hay paraíso", "Crematorio", "La don de Alba" o "La chica de ayer".

"La mala hierba" desprende mucho trabajo en la trastienda literaria; transmite sensación de control de principio a fin. ¿Eso estaba estudiado o se dejó llevar por la historia?

La novela estaba bien planificada. Sobre todo porque no solo soy novelista, sino también guionista. En ese sentido, creo que he aterrizado en la literatura con ese defecto de fábrica (sonríe). Antes de escribir hago mucho trabajo de pizarra: esta historia la he movido en dos planos con estructura de puzle en la que se encajan piezas del presente con el pasado. Eso me exige una cohesión casi milimétrica.

¿Ese defecto de fábrica del que habla, vinculado con su faceta de guionista, ha facilitado su aterrizaje en el mundo de la creación literaria?

Es muy útil porque hay cosas que hago desde hace 20 años que se pueden aplicar de una forma u otra a la literatura. Muchos de los conocimientos que aprendí como guionista se pueden aplicar a la construcción de personajes y tramas. Hacer hablar a un actor y darle profundidad es algo que he reedirigido a mi faceta de escritor. Lo más importante es establecer una rutina y ordenar el trabajo. Eso es algo fundamental a la hora de ir encajando las piezas de un libro: ver cómo van creciendo los capítulos es una sensación similar a la de ir uniendo las escenas de una película.

¿Le sorprende que con solo dos novelas publicadas sea tratado como un referente del "thriller" que se escribe en este país?

Publicar la primera novela ya fue un lujo ("Monteperdido"), pero desde el principio las cosas fueron bien porque logramos que llegara a una docena de países. "La mala hierba" lleva ese camino y, por lo tanto, me siento agradecido por el hecho de que la historia que yo quiero contar y las formas que uso tienen un encaje entre el público.

Sus lectores no suelen encontrar tregua en unas tramas en las que afloran luchas intestinas en el seno familiar, odios, venganzas... La moral humana es uno de sus puntos fuertes, ¿no?

Yo le doy mucha relevancia a los personajes y a los conflictos a los que se enfrenta cada uno de ellos. Al final, las tramas solo son un vehículo para hablar de temas como la violencia, de la crisis o de la brecha generacional que se puede abrir entre un adolescente y su padre.

Eso que en la creación literaria se llama "matar al padre"usted lo aplica al pie de la letra en una novela en la que asesinar a un familiar directo ya no es un hecho sorprendente. ¿Aquí no valen medias tintas?

A eso me refiero cuando hablo de llevar una historia al extremo más duro, a uno al que no se suele acceder con tanta libertad cuando haces un guion. La literatura me permite quebrantar todas las normas de moralidad. La claridad con la que puedes expresarte en las páginas de un libro es algo que no te permiten hacer cuando trabajas para una serie de TV. La parte psicológica, además, es otra de las facetas a las que se le puede sacar más rendimiento desde el papel. A mí me interesa mucho trasladar a los lectores cómo son los personajes por dentro.

Lo que tampoco se echa en falta en el título con el que opta al Premio Ciudad de Santa Cruz es el peso social que recae sobre los personajes. ¿Eso es algo que está muy arraigado a la producción literaria española?

En "La mala hierba" se refleja algo que es muy típico en la literatura nacional como son los dramas rurales, pero por debajo se observa la estructura habitual de un western. Los años de crisis han servido para darnos cuenta de que es muy fácil cruzar el abismo; que el mundo que antes creíamos que era firme, ahora se te puede caer encima. Reconstruir una vida destrozada en un territorio hostil es una lucha por la supervivencia".

Esa es la parte que más cerca está del Western, ¿no?

El entorno de "La mala hierba" no es fácil. Está en ese límite en el que los miembros de una comunidad cerrada rozan la frontera de la ciudad. En ese sentido, el desierto de Almería es un entorno fantástico. Allí es complicado salir adelante sin ayudas y los personajes son egoístas, al tiempo que se saltan normas morales que en una gran urbe no sobrepasarían por miedo a las repercusiones. Me gusta poner a los lectores al límite; ser el causante de una sensación de gran angustia y dolor. Ese es uno de los lujos, aunque sea muy pequeñito, que nos podemos permitir los escritores.