Desde la primera edición del desfile benéfico, los estudiantes de patronaje y de vestuario y espectáculo muestran, en esta cita, sus diseños al público en general. La creatividad parece que se supera año tras año. Los alumnos se nutren de los conocimientos del profesorado, pero también de las experiencias de los compañeros de cursos anteriores. Unos y otros se reúnen entre bambalinas intercambiando impresiones y anécdotas. Ha llegado el gran día y aunque los nervios ronden todo el espacio, la ilusión tiñe los demás sentimientos. Es hora de entrar en la caracterización, no solo con el maquillaje y la peluquería, sino también con la actitud.

Este año el vestuario para espectáculos podría ser el que se lleva a las tablas de un teatro o también el que se coloca delante del objetivo de las cámaras de cine. Parecía que hasta la claqueta se movía para que diera comienzo el espectáculo.

Todo arrancó cuando bajó la intensidad de los focos y el silencio invadió el espacio. Una falda blanca roza el suelo, mientras a cada paso acaricia las piernas de la modelo, veladas por el tul; un corpiño perfilaba el escote, cubría los hombros y ceñía la cintura y la feminidad del talle, rodeado con plumas en tonos naturales engarzados en lo que parecía un miriñaque.

La dulzura se rompía con la siguiente propuesta. Un ser de piernas cubiertas de pelo, que ascendían desde unas exageradas plataformas, vestía pantalones casi invisibles. El torso se cubría con un cuerpo ajustado que portaba en su hombro una capa: oscura, sin vida y apagada, hasta que al golpear el suelo descubría un trampantojo donde árboles, tierras y hojas transportaron a los presentes al lugar donde habitan los personajes.

La serenidad de la naturaleza prepara la escena para recibir a la que bien podría ser la reina del hielo. Su rostro, cubierto con el nácar de las perlas, y su cabeza, coronada con cuernos gélidos que regalan destellos, al tiempo que la sensualidad de la gasa se desliza por los brazos para que al desplegarlos muestre unas alas blancas, puras y envolventes. El cuello, envuelto con un chocker, está regado con piedras y cristales. Todas las propuestas son dignas de las mentes más creativas.

Con el listón bien alto, una capucha se posa sobre la espalda para que la trenza que la ribetea se convierta en la antesala de la propuesta que cubre: un vestido de corte griego, con flores bajo el pecho y en la corona, que mezcla tejidos y colores sin salirse de la gama de verdes indefinidos.

En un mundo donde conviven las hadas, los monstruos y otros seres no podía faltar el encanto de los elfos. Las orejas puntiagudas, la combinación de formas y texturas, así como las superposiciones se complementan con un maquillaje donde la mirada brilla con los metalizados. Como accesorios, un bastón y el libro que esconde los secretos del unicornio que le sigue. A la hora de interpretarlo ayuda el tocado, con un cuerno central, y los colores, que no salen del blanco y beige, innovan. A un lado han quedado los malvas, rosas y celestes; para dar profundidad se juega con las formas y los materiales.

Motivos vegetales crecen en la cabeza de dos de las propuestas. Por un lado, se llevan a los turquesas intensos y traslúcidos que forman las hojas; y, por otro, al aplique que se desliza desde un hombro hasta la cintura donde se encuentra con una falda que, con técnicas de color, simulan el tronco de un árbol.

Cuando parece que todo está dicho, llega el fuego. Una falda con una cola tupida de plumas rojas arropa a la mujer. La intensidad del color se matiza con el degradado que conduce hasta el amarillo más intenso. En la cabeza una llama, aunque el tocado puede tener mil y una interpretaciones. No debe olvidarse que todo es un mundo para soñar.