Enamorado del castellano y de su "fuerza", fueron numerosas las canciones que el "artesano" Charles Aznavour grabó en este idioma en una larga carrera que este mismo año, a sus 93 años, lo trajo por última vez a España para demostrar que la suya era una voz estoica y necesaria para el entendimiento.

El del Liceu de Barcelona, celebrado el pasado mes de abril, no fue su mejor concierto, en parte porque saltó al escenario tras sufrir un pinzamiento muscular. "Tenía dos opciones: no actuar o morir en el escenario, y he elegido la segunda", comentó.

Como hiciese un año antes, en el WiZink Center de Madrid, la velada arrancó con "Les emigrants", un himno necesario en plena ofensiva de Donald Trump como presidente de EE.UU. contra el libre movimiento de personas. "Hay que salvar a la humanidad de quienes levanten barreras", declaró a ese respecto en una entrevista con Efe.

De ascendencia armenia, aquel prolífico artesano con más de mil canciones a la espalda siempre contó su lucha "por ser aceptado como inmigrante nacido en París" y, después, por ser considerado "un auténtico francés".

"Tras eso, decidí que en mi vida sería lo que quisiera; en este caso, artista. Dejé el colegio a los 10 años y todo lo aprendí por mí mismo", solía relatar aquel "muchacho" de noventa y tantos que comenzó a disfrutar de su juventud cuando pudo dejar de preocuparse por sobrevivir.

De aquel vigor dio prueba en la capital española un 31 de enero de 2017 y 6.000 almas quisieron sentirlo en primera persona, más que en su anterior concierto en el mismo espacio, celebrado solo dos años antes, ya entonces con una celebrada mezcolanza intergeneracional de público.

"Cuando empecé mi carrera, hubo periodistas que criticaron mi voz y mi forma de escribir; simplemente les dejé hablar. Y aquí sigo", se reivindicó en una de sus muchas alocuciones al respetable.

Con tirantes, pero vestido de riguroso negro, como solía hacer, Aznavour solo dejó entrever su auténtica edad en su renqueante aproximación al micrófono al inicio de la velada, enjuto sobre su 1,60 metros.

Una vez allí, y arropado por ocho músicos, este hombre capaz de vender más 100 millones de discos de sus aproximadamente 300 álbumes en varios idiomas, también en español, despachó 1 hora y media larga de espectáculo.

"Me gusta mucho el español, porque es un idioma con fuerza", solía destacar el autor de temas como "Dime que me amas", "El barco que se fue", "Habrá un despertar", "Venecia sin ti" y "Quién", versión que en su opinión superaba a la versión original en francés.

Venía de actuar en el mítico Madison Square Garden de Nueva York y reiniciaba así una gira internacional que aún había de llevarlo a Buenos Aires, Santiago de Chile, Río de Janeiro y Sao Paula, por ejemplo.

Aquejado de una "bronquitis crónica", donde el cuero desgastado de sus cuerdas vocales ya no le alcanzaba, lo hacía la memoria emocional de unas composiciones grabadas a fuego en varias generaciones, como "Sa jeunesse", "La boheme" o el "She" repopularizado años después por Elvis Costello.

Tampoco obvió a su paso por España la fuerza de mensajes polémicos anticipados a su tiempo, véase "Comme ils disent", reivindicada por él mismo como la primera canción que defendía la homosexualidad.

"También he cantado ''Ave María'' allí donde he ido. La primera vez que fui a un país islámico me previnieron: ''No pensarás cantarla''. Y yo dije que sí y sonó maravillosamente. Después fui a Israel y me volvieron a prevenir, pero volví a cantarla", solía presumir.

Escucharlo en directo suponía recalibrar la carrera de artistas posteriores, de Raphael y Julio Iglesias a Pablo Alborán; no en vano se codeó con lo mejor de la profesión a nivel global: Edith Piaf, Juliette Gréco, Liza Minnelli, Compay Segundo, Frank Sinatra, Paul Anka, Céline Dion, Plácido Domingo...

A pesar de ello, descartaba la cualidad de "icono" de la música. "Yo lo que soy es un artesano, alguien que escribe con pluma. La leyenda es para después de la muerte", argumentaba, anticipando el día de hoy, en el que, lamentablemente, le alcanzó la fuerza del mito.