Hasta hace apenas dos años el bailaor tinerfeño de flamenco Genaro Arteaga (Santa Cruz de Tenerife, 1962) pensaba que Georgia era un estado de Norteamérica. Hoy se ha convertido en una estrella mediática en la otra Georgia, la europea. Y por pura casualidad. En la extinta república soviética -"no les llames rusos si no quieres tener problemas", apunta divertido-, ha mostrado todo el arte que lleva dentro en un "palo" desconocido para aquella sociedad pese a su enorme cultura y tradición en el mundo de la danza.

"Todo empezó con motivo de una invitación de Wolfgang Kiessling, el dueño de Loro Parque, a los príncipes de Georgia", asegura el protagonista de esta historia que a día de hoy sigue alucinando con la sucesión de acontecimientos.

"A raíz de esa visita se reunió la colonia del país en la isla, que es numerosa, y una georgiana alumna de mi escuela me planteó el interés que despertaba el flamenco allí, a lo que había que añadir el de los propios príncipes", desvela para añadir: "De guasa le dije: Pues a ver cuándo me invitan a ir para dar una clasecitas. Y ahí quedó la cosa".

Pero solo de momento porque en 2017 Genaro recibía por correo electrónico una petición de esa misma persona para que definiera las fechas en las cuales podría ir a impartir las clases. "No acabé de creerlo hasta que me enviaron los pasajes". En julio del año pasado, previo estudio de un atlas para comprobar en un mapa dónde estaba esta Georgia, se presentó en Tblisi o Tiflis, la capital.

Ahí comenzó realmente esta historia que parece propia de un guion cinematográfico. "Pasé diez días de una intensidad enorme, vertiginosa", relata. "Impartiendo master class por toda la ciudad y, sobre todo, bailando en cualquier parte. Me trataron tan bien que me sentía y me siento obligado a devolver ese cariño. Me dolían los dedos de tocar las castañuelas pero lo hice con mucho gusto por todo lo que recibí".

Era la primera vez que el pueblo georgiano recibía clases de flamenco. Al respecto Genaro explica que "despertaba interés como algo muy lejano y desconocido pese a la enorme cultura de danza que tiene el país como parte del Este de Europa que es".

Lo demuestran hechos como "la mayoría de niños, en relación a las niñas, a los que sus padres llevan a las academias como algo normalizado. Aquí es aún impensable pese a fenómenos mediáticos como el de la película Billy Elliot".

Arteaga recalca que "se produjo una apertura total de mente por las dos partes: ellos y yo". Dio clases a "primeros bailarines de la compañía nacional y en apenas cuatro días al reclamo acudieron más de cien personas. Apreciaban el flamenco de oídas y de verlo por la tele pero nunca lo habían experimentado. Yo estaba flipando y me entregué en cuerpo y alma".

En este sentido valora: "Siempre me dicen que como bailaor soy bueno, pero mucho mejor como persona. Eso te hace sentir grande".

Porque Genaro bailaba "hasta cuando iba por la calle. De forma espontánea y entre una enorme expectación". Al respecto recuerda una anécdota: "Estaba en una terraza y de repente sonaron las notas en una guitarra de Entre dos aguas de Paco de Lucía. No lo pude resistir, cogí las castañuelas y me puse las botas que siempre llevaba en el coche. Y a bailar".

Genaro recuerda que tenía un traductor a su disposición pero que "la mayoría habla inglés y mi compromiso es aprenderlo para una conversación fluida para poder comunicarme sin problemas".

Después de "vivir diez días como un auténtico artista flamenco" llegó la hora del adiós. Con un protocolario "para el próximo año te esperamos" parecía terminar la aventura. Pero no era una frase hecha sino que al año siguiente lo volvieron a llamar. Genaro ya tenía hasta representante, también bailarín, y este segundo viaje fue "mucho más organizado porque se hizo una campaña previa". Aterrizó de nuevo en Tbilisi el pasado julio pero ya no era un extraño sino que se había convertido en el nexo entre el flamenco y Georgia.

Esta segunda experiencia se materializó, subraya, "en una agotadora gira por seis grandes ciudades hasta llegar al Mar Negro".

En medio "la visita a cinco programas de televisión, entre ellos el de mayor audiencia del país, varias grabaciones y master class en cada etapa del periplo".

Genaro valora: "Éxito no, lo siguiente. Viví como una estrella, con la maleta siempre abierta, hoy aquí y mañana allí, casi sin enterarme bien de dónde estaba".

La guinda del pastel, que demuestra una popularidad inesperada a muchos kilómetros de su isla natal, la comenta el propio protagonista: "La casualidad quiso que esos días se estuviera grabando una película sobre la danza en el país. El director y los coreógrafos fueron a verme actuar y luego correspondí con la visita a un ensayo. Bailé para setenta bailarines y me invitaron a formar parte de esa cinta que preparan, con un hueco para el flamenco. Quedamos pendientes de definir cuándo y cómo pero estaré en esa película".

"Trabajé muy duro -recalca-, en esos días, pero los georgianos se lo merecen por el trato que me han dado. Me entregué a tope y siempre me sentí correspondido por la gente".

Dos años después Genaro sabe perfectamente dónde está Georgia tras este doble viaje en dos veranos. No serán los últimos. Habrá continuidad y sorpresas que no quiere desvelar todavía pero concluye con un mensaje dirigido a Georgia y sus habitantes: "El año que viene nos vemos de nuevo". Será ya por tercera vez.