Entre este titular "Boadella es una de las figuras claves del teatro español. Nadie ha explicado Cataluña con tanto talento, belleza, amor y lucidez" (ABC) y este otro, "Boadella es un miserable" (Diario de Tarragona), transita la vida del actor y dramaturgo que este fin de semana va a mostrar cada una de las cavidades de "El sermón del bufón" en el teatro Guimerá de la capital tinerfeña (viernes y sábado, a partir de las 20:30 horas).

¿Hacía años que no se dejaba "caer" por aquí?

Muchísimos. La última vez, creo, se dio hace unos 30 años. También fue en el Guimerá, pero con Els Juglars. Sí que vinieron espectáculos míos, pero no vine con ellos. Hubo un periodo en mi vida en el que pasé una fase muy fóbica con el avión. De hecho, aquella vez tuve que ir en barco. El miedo lo he superado malamente, aunque reconozco que este oficio me ha enseñado a convivir con ese rechazo a volar.

¿La nariz roja con la que se anuncia "El sermón del bufón" es un aviso de lo que el público se va a encontrar?

Es un cartel que evoca una cierta malicia. Con lo que se va a encontrar el público es con una expresión de libertad en el sentido más amplio de este término. No habrá cortapisas. A mi edad ya no estoy para convencionalismos y lo que trato de expresar sobre mi oficio, mis pensamientos y mi vida es auténtico, y lo que no me interesa contar no lo cuento y punto... Eso hay que intentar hacerlo siempre de una forma amena y divertida, porque si uno extravía el sentido del humor le resta calidad a su vida.

¿Su ADN como actor nace alrededor de ese torrente de libertad?

Mi libertad siempre está sujeta a la libertad que puedan tener otras personas. Si yo tengo la libertad de dar un puñetazo, el que lo recibe tiene la misma sensación de libertad para querellarse contra mí. Las complicaciones se las busca cada uno por su cuenta y riesgo. Eso es lo que vulgarmente algunos denominan libertad de expresión, que es algo que va cambiando conforme a los años que te van cayendo.

¿Esos cambios son para bien o para mal?

En cuanto sube la edad uno empieza a tener menos compromisos. A los 30 o 40 años uno corre el riesgo de perder amigos en base a sus opiniones, pero eso es algo que ya me dejó de preocupar hace bastante tiempo. Yo en Cataluña perdí algún conocido, no a los amigos. Pero también debo reconocer que he ganado otros en distintas partes de España.

¿Lo que sí tiene que tener claro un actor de riesgo es dónde está esa línea de división entre la libertad y el libertinaje?

La libertad es un concepto que siempre hay que asociar a un sentido de la belleza, es decir, que desde ese posicionamiento se puede contar absolutamente todo. Fuera de esas formas la libertad está más sujeta por el Código Penal y, por lo tanto, las opciones de caer en el libertinaje aumentan. Un ejemplo de lo que digo encaja con la condena que le han impuesto a un rapero...

¿Le parece exagerado lo que ha sucedido con Valtonyc?

Si las barbaridades que dijo las hubiera acompañado con un aria de Verdi, posiblemente no habría tenido las complicaciones que ha tenido. El problema es que si se cacarean muchos insultos de forma encadenada, lo normal es que haya mucha gente a la que eso no le hace gracia.

Unas líneas más arriba ha mencionado las ataduras artísticas que ha roto conforme cumple años, ¿pero, a pesar de lo visionarias que resultan sus creaciones, lo que no podrá negar es que usted también bebe de los clásicos?

El clásico es la esencia de lo que hacemos. Esta es una tradición milenaria y, por lo tanto, uno sabe que en realidad no ha creado nada. Se repiten las cosas, eso sí, un poco modificadas. ¡Yo no creo que mis sátiras sean mejores que las que en su día hizo Aristófanes! Ahí está el tronco esencial de este oficio y resulta lógico que nos apoyemos en él. Lo que pasa es que alrededor de la modernidad hay muchos equívocos

¿Qué tipo de equívocos?

Yo soy moderno por el hecho de vivir en esta época o hago arte contemporáneo porque es el periodo que me ha tocado vivir. ¿Qué otra cosa podría hacer? Lo que no hay que confundir es la modernidad por un gusto por el feísmo o la destrucción de la belleza, porque entonces el asunto suena más vanguardista. Eso, en mi caso, nunca ha sido así...

¿Cuáles son los sentimientos que le transmite el teatro actual?

Es un teatro, en general, con un buen envoltorio y unas actuaciones extremadamente depuradas y de cierta calidad... El teatro de hoy está vacío de arte, es decir, tiene mucha sociología y escasa creación. Es un modelo psicológico que ha perdido el sentido musical, y eso es algo muy importante en este arte escénico. Este es un modelo un poco árido y reseco que está dejando de lado la emotividad que garantiza la música. Da la impresión de que lo quieren transformar más en una sesión de psicoanálisis en la que no hay ni un solo rastro de poesía o la metáfora directamente ya ha sido aniquilada.

¿Le falta alma?

¿Alma? No lo sé, pero lo que más echo de menos es una vinculación con la realidad del entorno. Es un teatro escapista que si tiene que poner su mirada sobre una cuestión política, lo hace a más de cuatro mil kilómetros de distancia. Su intervención en aquellas cuestiones que nos afectan es nula o inexistente. Es poco transgresor y su relación con lo que llamamos el progreso no se aprecia por ninguna parte.

¿Cómo pueden convivir en una misma obra un sermón, que suele tener unos ingredientes somníferos, y un bufón, que es un elemento creado para la diversión?

El teatro intenta sermonear y está vinculado con lo que denominamos la moral pública. Se puede sermonear con discreción; tirando de situaciones dramáticas o de reflexiones que provocan la risa.

¿Y usted lo hace desde el púlpito?

Cuando me subo a él establezco una diferencia entre dos personajes: uno se llama Albert y el otro Boadella. Esas dos facetas son distintas porque una está ligada a mi infancia, que es algo que sucede en la mayor parte de los humanos y más concretamente en el hombre, y el otro es el que se ha ido elaborando con el paso de los años. Este desdoblamiento tiene cierto interés para los espectadores porque en algunos momentos de la obra me desnudo, en un sentido figurado, delante del público.

¿Quedarse en cueros, desde un posicionamiento exclusivamente artístico, nunca ha supuesto un grave inconveniente para usted?

Un artista tiene que expresar cosas de su interior más profundo. Si analizamos bien su obra, seguro que vamos a descubrir muchos más rasgos de su personalidad que si él nos la cuenta. Vaciar el interior, con cierto pudor y sin llegar a contarlo todo, forma parte de la idiosincrasia real de un artista. Lo que hay que evitar es perjudicar a gente cercana y querida. Por esa razón no cuento las intimidades de mi mujer...

Hemos pasado de largo por el asunto catalán, pero ¿ser "presidente" de Tabarnia no le resta tiempo a su profesión?

Le agradezco que lo haya tomado en consideración... Tabarnia solo es una continuidad de mi obra, que por cierto no toda la he desarrollado en clave satírica. Dentro de mi trayectoria hay tres o cuatro creaciones muy feroces que están conectadas con Catatuña. Tabarnia es una forma de humor que consiste en situar un espejo frente a los separatistas. Eso sí, un espejo algo deformado para que ellos vean en el ridículo en el que están cayendo desde hace un tiempo. Tampoco es que ese gabinete me esté quitando demasiado tiempo de mis obligaciones puramente artísticas porque mis dos ministros (el periodista Tomás Guasch y Xavier Gabriel, dueño de la administración de "La Bruixa de d''Or") son realmente buenos.

Pues sabe lo que le digo...

¿Dígame?

¡Cuídelos, porque Sánchez ya ha perdido a dos y otros dos están en la cuerda floja!

(ríe)... En Tabarnía las cosas pasan una forma mucho más divertida. ¡Nada es tan dramático!