La mezcla del programa del segundo concierto de la temporada, que anoche brindó la Orquesta Sinfónica de Tenerife (OS) en el Auditorio, combinó la densidad y compleja técnica, el tono apesadumbrado y burlesco de Shostakovich, con la hermosa lírica de Schubert.

Esa violinista que vino del frío, de nombre Alina Pogostkina, se encargó de darle cuerpo al "Concierto para violín nº 1 en la Menor" del maestro ruso.

Ya desde el primer movimiento, un nocturno moderato, desarrolló una gran amplitud, entrelazando graves y agudos y expresándose técnicamente en los armónicos con una concentración plena.

En el segundo movimiento, un scherzo allegro, las disonancias le exigieron un dominio consumado del instrumento. Pero este movimiento lleva, a la manera de un mensaje encriptado, la propia firma de su creador: cuatro notas (Re, Mi bemol, Do y Si) por escritura convencional germánica, que corresponden a D-S-C-H, o las iniciales de Dmitri Shostakovich.

El tercero, un passacalle andante con acentos fúnebres de los primeros compases precede a la entrada de la solista, que desprende un timbre suave y cálido. Aquí, el violín se convierte en el "director", en puro virtuosismo.

El último movimiento, burleska allegre con brío, desplegó notas de folklore ruso, ritmos variados, danza gitana y festiva: un torbellino embriagador que culminó con una brillantez sencillamente agotadora. El público reconoció el enorme esfuerzo y vitoreó a la violinista y la orquesta.

Para la segunda parte, quizá la más "digerible", la "Sinfonía nº 9 en Do Mayor", conocida por "La Grande", de Schubert, el maestro Antonio Méndez decidió situar a los contrabajos lejos del resto, en una hilera única y posterior, al fondo del escenario. Acaso buscaba ciertas sonoridades, alguna densidad determinada, un empaste más acusado, la claridad de una textura contrapuntística...

Lo cierto es que dio rienda suelta a su dirección, como si se hubiera liberado, y tan pronto utilizaba todo el cuerpo para dar énfasis a cada momento, como se ponía de puntillas o realizaba un acrobático escorzo para extraer hasta el más mínimo matiz.

La pieza se abrió con un andante allegro ma non troppo que anunció el toque magistral de dos trompas, simples pero capaces de provocar un efecto arrebatador: algo está por llegar. El tema lo desarrolla la orquesta y lo va alargando, dándole además una riquísima gama de colorido.

Con ritmo firme, casi marcial, sonó el andante con moto; cambios de tonalidad, melodías de violines y los instrumentos reivindicando protagonismo: trompeta y trompa, a modo de fanfarria, ritmos punteados y los chelos imitando la melodía del oboe.

Es ahí cuando el scherzo allegro vivace irrumpe con vitalidad, desde el lirismo de los arpegios y las delicadas melodías que transportan la imaginación.

Y el final, un allegro vivace de arrebatadora fuerza, majestuoso, con los grupos de tres notas, los tresillos, siempre presentes; sumándose madera y cuerdas, las trompas y los trombones... (Por cierto, que alegría ver a tanto músico joven). La sinfonía se iba encaminando a su éxtasis triunfal y el público estalló.