Refiere Alejandro Cioranescu en su "Historia de Santa Cruz" que, por imperativo legal, hubo en la capital tinerfeña hubo una biblioteca, de carácter provincial, después de 1844. "Debió ser muy poca cosa, ya que no tenía ni libros ni dinero, ni consta que se le haya nombrado bibliotecario".

Esta complicada génesis, sin embargo, comenzó a cristalizar a finales de 1887, cuando Francisco de León y Morales, hijo del historiador Francisco María de León, ofreció al establecimiento de Segunda Enseñanza los 1.500 volúmenes propiedad de su padre, a cambio de un salario.

Aprovechando los fondos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife (RSEAPT), el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife decidió habilitar un local en los bajos del exconvento de San Francisco, inaugurándose esta manera la Biblioteca municipal el 2 de abril de 1888. "Un espacioso salón, a la derecha entrando; una hermosa estantería con cristales y en ella 6.325 volúmenes de los cuales unos 300 son relativos a la historia de nuestras islas, a su topografía, formando la colección más compleja y numerosa que existe en el Archipiélago", con el exotismo de dos ejemplares en chino, a cargo del bibliotecario Francisco de León y Morales", según consta en La Opinión, 20 de mayo de 1888.

El sueldo del bibliotecario se fió en 1.500 pesetas anuales y el presupuesto para el mantenimiento de este servicio se estableció en 500 pesetas anuales, "que se pagaban mal", señala Cioranescu, y así se pone de manifiesto en la memoria de 1889, en la que el bibliotecario refiere que el ayuntamiento libra cien pesetas de las 500 comprometidas. "La concurrencia de lectores no ha sido numerosa", señala, y además precisa la necesidad de "adquirir algunas obras modernas", sobre todo revistas, y completar la colección de Canarias, así como "destinar alguna cantidad para encuadernaciones" (Diario de Tenerife, 5 de febrero de 1889).

En sesión plenaria, el Ayuntamiento capitalino acordó que "la Biblioteca Municipal se abra al público por las noches", una circunstancia que planteó el aumento de sueldo al bibliotecario o bien una pequeña gratificación (Diario de Tenerife 14 de septiembre de 1899).

La falta de sillas para la lectura representó un problema apenas inaugurada, una circunstancia que "viene ocasionando molestias a las personas que allí concurren" (La Opinión, 20 de octubre de 1899).

En la memoria del año 1901, el bibliotecario, Pablo González Ball, pone de manifiesto que el local en el que está instalada la biblioteca es ya deficiente dado el número de volúmenes con que cada año se enriquece " (La Opinión, 19 de abril de 1902) y en esa misma memoria lamenta que "la consignación que actualmente se da para la compra de libros sea tan reducida que no permita la adquisición de muchas de las obras científicas que últimamente se han editado en importantes casas de Madrid y Barcelona.

Lo cierto es que a lo largo de su historia, los fondos de la Biblioteca municipal se nutrieron básicamente de las donaciones procedentes de particulares y de las labradas por el Ministerio de Fomento. En este sentido cobra especial significación y protagonismo, por su volumen e importancia, el legado que brindó el marqués de Villasegura, Imeldo Serís, más de 400 volúmenes y 30.000 duros de la época, además de una considerable cantidad de cuadros, con destino al museo y la biblioteca. "Pero no hay hueco para un cuadro, una escultura ni un libro más", según describe en su editorial el Diario de Tenerife del 26 de diciembre de 1904.

Ahora bien, la donación del prohombre tinerfeño abrió el debate sobre la necesidad de construir un edificio que sirviera de adecuado emplazamiento para una nueva biblioteca, más acorde con los nuevos tiempos (La Opinión, 5 de enero de 1905).

Y aunque se habilitaron reformas en el inmueble "con la adquisición de sillas, escupidores, atriles y desde mayo de 1910 se han encuadernado 1.779 volúmenes", según consta en la memoria correspondiente al año 1912 (La Opinión, 2 de mayo de 1913), el estado de provisionalidad de la biblioteca municipal desembocaría en su traslado, en el año 1932, a las nuevas dependencias habilitadas en la calle José Murphy.

La "maldición" de los bibliotecarios

El primer titular de la biblioteca municipal, Francisco de León y Morales, fallecía en 1890, apenas dos años después de desempeñar el cargo. Y su sustituto, Enrique Fons y Fondeviella no fue más longevo que su antecesor, nombrado tras la presentación y estudios de las solicitudes (Diario de Tenerife, 2 de octubre de 1891). "Víctima de de antiguos padecimientos falleció el domingo útimo en esta capital" (La Opinión 24 de abril de 1894). Para reemplazarlo se nombró a Pablo González Ball, concejal del Ayuntamiento, tras una votación que se saldó con ocho votos a a favor y cinco en blanco, estableciéndose la plaza en propiedad.

Oficina de reclutamiento

Con ocasión de la guerra que enfrentó a España y Estados Unidos, las dependencias de la Bilblioteca municipal se convirtieron en improvisada oficina de reclutamiento. "Desde el día de hoy y en el local que ocupa la Biblioteca municipal, de 9 de la mañana a 3 de la tarde queda abierto el registro de inscripciones para todos los que teniendo de 17 a 60 años quieran acudir a la defensa de la Ciudad (...) en provisión de que nuestro pueblo pueda ser atacado por el enemigo en esta guerra que sostiene España contra la pérfida nación norteamericana (La Opinión 7 de mayo de 1898).