El mandato de la Unesco, que es de una brillante modernidad, sitúa el patrimonio cultural como la piedra angular de la paz y del desarrollo sostenible. Lo considera como una fuente de identidad y dignidad para las comunidades locales, una fuente de conocimientos y fuerza para compartir.

El patrimonio nos muestra lo que alguna vez fue la humanidad, es decir, su pasado, y por ende la forma en la que la civilización se ha transformado hasta la actualidad. Ya sea desde los restos de una ciudad antigua hasta las viejas costumbres de una población, o los restos de nuestro pasado industrial, todo da testimonio de cómo ha cambiado la humanidad, de las raíces que tiene cada sociedad y del camino que podría tomar, o no, en el futuro.

El ideal de ciudad mediterránea, está siempre llena de patrimonio, lo respeta y lo acrecienta y por eso presenta una estructura y trama unidas, llenas de testimonios del pasado y de proyectos de futuro, y cuando esa ciudad está cohesionada socialmente es porque ha sido capaz de generar espacios públicos de sociabilidad. La presencia constante de la historia en las ciudades europeas es resultado de miles de actos públicos y privados -a veces justos y a veces injustos- que sucedieron a lo largo de los siglos, tanto en la estructura física de las ciudades como en la sociedad urbana. La presencia de la historia se hace evidente y visible en la vida cotidiana de los ciudadanos, cuando caminamos en sus calles, y nos condiciona, nos diferencia y nos configura como los ciudadanos que somos ahora, llenos de referencias del pasado y de sueños de futuro.

Además ¿quién no quiere vivir en un ambiente urbano, confortable, con todo cercano, rodeado de plazas cuidados y parques y vegetación? Queremos servicios públicos y transportes cómodos, teatros, museos, restaurantes, cines, plazas públicas, deportes y ocio a la vuelta de la esquina, servicios médicos disponibles en la calle de al lado, disponibilidad de alimentos, servicios de mantenimiento, seguridad, control de la delincuencia, y una policía cercana y adecuada.

Pero como los precios de la vivienda y los alquileres se disparan fuera de control en este deseo se complica. Por ejemplo, en las zonas históricas, no nos damos cuenta de que si no somos imaginativos en las políticas urbanísticas estas acabarán por ser necrópolis en lugar de polis (como ha pasado en nuestro barrio de El Toscal).

Por otro lado, en la actualidad estamos ante la necesidad de aumentar significativamente las densidades en los centros de las ciudades con el fin de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. El profesor de Harvard Ed Glaeser escribió un artículo que aboga por esto: "Para salvar el planeta, hay que construir más rascacielos." Por tanto, manhatanizar un lugar puede ser necesario, como nos ocurrió a nosotros en la expansión de la ciudad hacia el sur, pero este proceso no se puede hacer de cualquier manera, por ejemplo, en el barrio de Cabo Llanos, en Santa Cruz de Tenerife, se perdió una oportunidad histórica de hacer ciudad densa y compacta. Y es que, como siempre, hacen falta buenos urbanistas y buenos arquitectos, no vale cualquier diseño de ciudad compacta, no vale cualquier diseño de edificio alto y denso. Y tampoco vale hacer ciudad arrasando con los testimonios del pasado. Pues si lo hacemos mal, volveremos hacia atrás como sociedad. La ciudad europea fue por largo tiempo menos abierta y democrática de lo que muchas veces se asume. Ha tenido periodos de luz y periodos de sombra. Solo cuando Europa, en los años 70, adquiere un compromiso con el patrimonio histórico, un deber de conservación con lo mejor de lo producido por la civilización urbana europea, es cuando la defensa de la ciudad se conecta con la búsqueda de libertad y el derecho a ser diferentes y convivir en esa diferencia, sin radicalismos en las conductas: la ciudad es entonces, en realidad, herencia cultural y una fuente de identidad. Defender el patrimonio histórico de la ciudad fue entonces uno de los actos más fuertes de contracultura y hoy lo sigue siendo.