Observo a dos abuelos incumplir la ordenanza municipal y dar de comer a las palomas esparciendo el maíz por el suelo. De niño nunca sentí miedo con toda aquella bandada rodeándome. Centré mi atención en los dos personajes. Venía de leer un informe sobre los datos de envejecimiento de la OMS, el estudio señalaba que a mitad de este siglo, la población española sería la de mayor edad del mundo con más ciudadanos mayores de 60 años que menores de 15. Los dos señores hablan con pausa, supongo que han llegado hasta aquí no siguiendo los consejos de vida saludable. Es decir, continúan fumando, bebiendo su copita de vino en el almuerzo y comiendo jamón serrano. De igual manera, hará una década que no pisan el Heliodoro Rodríguez López y se han negado a ir a ver jugar a sus nietos a esos infiernos que son los campos de fútbol en los partidos de los chavales en edad de formación. Estoy casi seguro que ambos irán a la misa de doce dominical en la parroquia de San Alfonso María de Liborio. Allí encontrarán paz, sosiego y tranquilidad, además de encomendarse a un don Ricardo Melchior que aparece pintado, entre ángeles, en el cuadro "Exaltación de la eucaristía", en el altar de la iglesia de Los Gladiolos.

Pongo la antena y los escucho hablar de política, de una vuelta a los orígenes del nacionalismo canario, de un viaje para reencontrar a don Manuel Hermoso en su desierto de Tatooine y traerlo de regreso como si fuera Obi Wan Kenobi. Esta semana CC y PP habían cerrado un acuerdo para aprobar unos necesarios presupuestos para el año 2019, junto con la ASG. Me sorprendió no escuchar música proveniente del Parlamento, porque en La Gomera desde que se reúnen cuatro personas montan una orquesta y con tres son capaces de sacar adelante un Gobierno en minoría. Vuelvo a mirar a los dos abuelos. La figura del mayor me recuerda a don Manolo, el actor de Médico de familia. El personaje de Pedro Peña no hubiese sido lo mismo sin su grito de guerra: "¡Chechu!", con el que el abuelo se dirigía a su travieso nieto. Sin embargo, no veo hoy abuelos con sus nietos. El concepto de familia ha saltado por los aires. Quizá me estoy volviendo viejo y lo echo de menos. ¿Querrá eso decir que terminaré votando a Vox?

El dichoso informe de la OMS sobre el envejecimiento poblacional me angustia como una novela de Stephen King o un discurso de Maduro. España, ¿no es país para viejos? ¿O será un país de viejos? En 2050, el 44,1 % será mayor de 60 y la media de edad estará en 55,2 años. Intento que mi mente pase página pero las opciones son aún peor? ¿Es moral que el Gobierno de P.S. mantenga la venta de armas a Arabia Saudí, después del asesinato salvajedeJamal Khashoggi, el periodista crítico con la monarquía saudí y el ''establishment'' religioso ultraconservador? Aquel desgraciado desapareció en el consulado de Arabia Saudí en Estambul. Un inmueble que convirtieron en un establecimiento de Kebab improvisado con la carne picada del periodista. Sin embargo. El presidente P.S. apostó en el Congreso por mantener el empleo en los astilleros de Navantia en la Bahía de Cádiz, que dependía del contrato para construir cinco fragatas para Arabia Saudí. ¿Solidaridad con el Gobierno ante las dificultades a las que se enfrenta al decidir entre empleos nacionales y derechos humanos? La conciencia no es válida en juicio. El Bien y el Mal. Extrañas palabras. ¿El lobo y el escorpión las distinguen? Vendemos armamento y medicamentos caducados al Tercer Mundo. Las grandes marcas de ropa deportiva pagan veinte céntimos a un niño asiático por hacer una camiseta de Messi y después se dan la vuelta y la venden por cien euros. ¿Quiénes son aquí los delincuentes?

Regreso los dos abuelos. Ya es una presunción que lo sean. Intuyo que, allí en el parque, huyen de sus hijos e hijas. Las familias son como hienas. Corren juntos, cazan en manadas, comparten la presa, pero, cuando el pater familia entra en el declive y cae, los demás se comen sus huesos y le chupan la médula. Mi abuelo, como siempre, viene al rescate. Recuerdo su pasión por las cometas. Cada día de mi cumpleaños me regalaba una. Construyó una cada año hasta su muerte. Era una especie de rito que cumplía cada verano. Una vez terminada la cometa, me llevaba al parque García Sanabria, donde la hacíamos volar todo el día. A decir verdad, era él el que la hacía volar. Yo era aún muy pequeño y tenía miedo de que la cometa me levantase del suelo y me llevara volando. Después, al caer la tarde, mi abuelo cortaba el hilo y la dejaba escapar. Yo sabía que al año siguiente me construiría una nueva, pero eso no me consolaba en absoluto. Debía esperar trescientos sesenta y cinco días. Me enfadaba muchísimo por lo que consideraba una perdida injustificada. Sus razones tendría el abuelo. Me hablaba de ritos. Intentaba consolarme explicándome que el hilo mantenía prisionera la cometa y que eso no era justo, porque la libertad era el bien más valioso y por eso, ni siquiera las cometas debían ser mantenidas en esclavitud. ¿Aceptaba yo esa explicación? ¡Ni en broma! Pero, sus argumentos eran incuestionables: "Así están hechas las personas. Están celosas de las cosas bellas y las quieren sólo para ellas, aunque eso signifique tenerlas atadas con un hilo, con una cadena? o con un beso".

De nuevo la imagen de los dos abuelos. Siento que estoy derrotado de antemano y vivo precisamente por eso. Estamos derrotados de antemano porque no somos capaces de controlar nuestro destino. En una milésima de segundo puedes desaparecer tú y tu mundo para siempre (sin necesidad de justificarse en predicciones mayas). Cuando veo un mendigo por la calle o un alcohólico en la barra de un bar, me doy cuenta de que la línea que separa sus vidas de la mía son cuatro casualidades. España no es país para viejos, ¿o será un país para viejos? Leí la novela de Cormac McCarthy ambientada en la frontera entre Estados Unidos y México. El título de la obra hacía referencia a la primera línea del poema "Sailing to Byzantium" de William Butler Yeats: Aquel no es un país para hombres viejos. Los jóvenes tomados del brazo, las aves en los árboles, las generaciones que mueren cantando, las cascadas de salmón, los mares repletos de atún...". La novela fue adaptada al cine, ganó cuatro Premios Óscar, incluyendo el de mejor película.

E, igual que en los filmes de Sergio Leone, en las que el principio es siempre el fin, el comienzo vuelve a ser aquellos dos ancianos sentados en un banco del parque García Sanabria, en una magistral evocación del tiempo, el lugar, las elecciones morales, las certezas inmorales, la naturaleza humana y el destino. La estampa de los dos ancianos es sorprendentemente hermosa, austera y solitaria. Sin ningún instante que se sienta falso.

Como la vida misma.