El cantautor tinerfeño Pedro Guerra comenzó anoche en España su gira #golosinas2018, con motivo de la reedición de su mítico disco “Golosinas", en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna de Tenerife, ante 600 almas que llenaron el teatro y que dos horas después salían tarareando y sonriendo tras un concierto pletórico y lleno de poesía, música y humor.

En el mismo escenario que le vio partir a Madrid hace 25 años, Pedro Guerra se presentó de riguroso negro, guitarra al cuello, en el centro de las tablas y bajo un círculo de luz del que casi no salió en todo el recital, donde mezcló sin esfuerzo el intimismo de canciones como “Deseo” o “Todo es desorden” y del ritmo más gamberro de “Rap a duras penas” o “Hazlos reír”.

Repasó una a una las 17 canciones de su primer disco en solitario, publicado en 1995 tras casi dos años de trabajos y vivencias, en el que recogió el “tránsito” de vivir en dos sitios diferentes y los “recuerdos” de sus comienzos, como recordó Guerra, y que cimentó tanto la inspiración de cantautores posteriores -Andrés Suárez, Ismael Serrano, entre otros- como la admiración de todo el panorama cultural.

Guerra apareció solo, sin ninguno de los cuatro colaboradores que han participado en la reedición de Golosinas: Juanes (en “Peter Pan”), Pablo López (“Deseo”), Rozalén (“Las Gafas de Lennon”) y Vanesa Martín (“Contamíname”), y solo a partir de la décima canción, “Biografía”, se le unieron Toni Gil al bajo y Guille Molina a la batería, quien “no había nacido cuando salió el disco”, lamentó divertido el cantautor.

Hasta entonces, Guerra había cargado todo el peso del espectáculo con un estilo sencillo y contenido pero muy intenso, mientras el público recitaba por lo bajo “Golosinas”, “Dos mil recuerdos” y “Greta”, como si no quisiera interrumpir la nostalgia del ambiente ni la todavía juvenil voz del artista.

Casi a mitad de concierto llegó el discurso antibelicista de la década de los sesenta con “Las gafas de Lennon”, el amor apasionado y sin guardianes de “Todo es desorden” y la ternura infantil de “Peter Pan”, que acabó por encender al público, respetuoso durante toda la velada.

Los momentos más profundos llegaron con el romanticismo de “Dibujos animados”, “Deseo” y la legendaria “El marido de la peluquera”. El artista dejó en alguna ocasión de rasgar la guitarra para entregarse a voz limpia con los brazos abiertos: “… y abrázame fuerte, que no pueda respirar. Tengo miedo de que un día ya no quiera bailar conmigo nunca más”.

Para entonces, el susurro popular era un coro: Pedro Guerra mantenía su peculiar canto, siempre afinado y fiel al ritmo, pero ya se atrevía a interactuar más con el público en medio de las canciones, a dejar que acabasen la estrofa o que repitiesen una nota, más allá de los discursos entre pieza y pieza, que gestionó con maestría, pues nunca habló en medio de las más apasionadas.

Cerró el repaso al disco con “Contamíname”, convertido en himno desde que Víctor Manuel y Ana Belén la interpretasen en 1994 (Premio Ondas a la mejor interpretación), con el que el público movió los hombros, giró los cuellos y acompañó con palmas, mientras las luces por fin cobraban protagonismo con sus cambios de dirección y Pedro Guerra levantaba el dedo índice como una estrella de rock.

Luego llegaron otros diez clásicos de su repertorio: “Daniela” (de su disco Raíz, 1999), “Pasa” (Tan cerca de mí, 1997), “Debajo del puente” (1997), “La maestra” (El Mono Espabilado, 2011) o “La lluvia nunca vuelve hacia arriba” (también de Raíz), con la que acabó el concierto en medio de la fiesta, ya que los 600 se habían puesto en pie y aplaudían al compás, bailaban, cantaban y pedían más.

Pedro Guerra solo bebió agua dos veces a lo largo de todo el concierto, las mismas veces que tuvo que salir tras los amagos de cierre para calmar la euforia de los presentes, y se deshizo en agradecimientos a todo el mundo, especialmente a su madre, presente esta noche, y a su pareja.