Aquí nada su- cede porque sí. ¿Existe una fuerza tan fuerte que logre cambiar tu destino?

Llevo dos semanas ganando el tiempo perdido para que San Pedro me deje atravesar, llegado el momento, las puertas del Cielo haciendo de canguro y asistiendo a los ensayos de una obra de teatro navideña en el colegio de los hijos de un amigo. Empiezo a darme cuenta de que últimamente empleo la palabra amigo muy ligeramente, sin embargo es para no dejarlos mal, porque ellos sí me consideran un amigo. Este año Educación ha decidido acabar antes los exámenes y poner las notas. Estamos en espera de que, por un lado, Santa Claus (en la voz de Fran Sinatra siempre estabas expectante) llegue a la ciudad entre la Constitución y la Inmaculada y, por otro lado, los Reyes antes de colocar el portal. Reyes que supongo que traerán el "Call of Duty", "NBA DK 19" y el "Assassin''s Creed". El tema de los Reyes se está convirtiendo en un tema polémico, y es posible que los partidos republicanos pregunten en el Congreso si esos tres Reyes en camellos son Austrias o Borbones y han venido para iniciar una nueva guerra de Sucesión y hacerla coincidir con el 11S. Rufián es probable que plantee si son saudíes y vienen para montar un aquelarre en alguna embajada turca. O quizá, aproveche para hacer una proposición no de ley y exigir una fiesta nacional similar a la Tomatina que se celebra en el municipio valenciano de Buñol el último miércoles de agosto. En este caso, sería una Escupitina a celebrar en el Congreso en las sesiones de control.

Regresemos al ensayo. La obra de Navidad de los chavales incide en Dickens. ¡Qué original e innovador el director del colegio! En mi época yo interpreté al genio del pozo. Mi papel, sin palabras, consistía en sacar del pozo tres hachas de bronce, plata y oro. En mi salida inagural, en la de bronce, me golpeé contra el cubo que se encontraba colgado. ¡Monté un jolgorio total! A partir de ahí, en mis dos salidas siguientes forcé el encontronazo contra el cubo para adaptar mi metedura de pata al guion. Todos nos reímos, salvo el director, y yo quedé, desde ese día, como un chaval enormemente gracioso, sin necesidad de sonarme en la bandera de España como Dani Mateos.

Intento prestar atención a esta versión del Cuento de Navidad de Charles Dickens. Le he cogido cariño a una de sus últimas versiones cinematográficas, "Los fantasmas de mis exnovias", de Matthew McConaughey. Emma Stone, Noureen DeWulf y Olga Maliouk, sí que eran fantasmas inspiradores. Y Matthew hizo la elección correcta: Jennifer Garner. Por ahí andaba Michael Douglas, mucho más envejecido que su padre Kirk Douglas, próximo a cumplir los 102 años. En un momento de distracción, intentando soportar el tranque del ensayo, pensé que José Mota para el Especial de Fin de Año debería versionar también a Dickens y personificar como fantasmas el Pedro Sánchez de las Navidades pasadas (no es no), el Pedro Sánchez de las Navidades presentes (estoy deseoso de que vuelvan los The Killers para montarme en el Falcon) y el Pedro Sánchez de las Navidades futuras (si aprueba el presupuesto). Una pesadilla recordando lo que dijo, diciendo lo que no dijo, y diciendo que lo que no dijo que digo, en realidad era una forma de decir que lo dijo.

Y hablando de decir. Dijo en una ocasión Woody Allen: "Odio la realidad, pero es en el único sitio donde se puede comer un buen filete". Y cada vez que estoy rodeado de niños me entran ganas de comer. Es indudable que el cineasta es un pragmático, que entiende que la fe es una virtud individual, pero la confianza debe ser un valor compartido. Al final, va a resultar que nuestros políticos tienen sueños, aunque los votamos para que gobiernen despiertos. Por eso tengo en mi repertorio de hundimientos ese proverbio ruso que advierte: "Reza, pero no dejes de remar hacia la orilla".

Con Bob, Scrooge y todos los personajes de la eterna historia, con Marley muerto, me viene de improviso otra película que vi hace tiempo: "Cuento de invierno". Una película más para San Valentín que para Navidades y que mejora con creces la novela de Mark Helprin en la que se basa. Y rebotan las frases entre Collin Farell y Jessica Brown Findlayy que están a punto de descubrirme que nunca sucede nada que no deba.

-¿Lleva un arma, no? -Pregunta Jessica.

-Sí -afirma Colin.

-¿Qué ha venido a hacer aquí?

-He venido a robar o esa era la idea en cualquier caso.

-¿Sigue siendo esa su intención?

-¡Ehhh!... No. Ya no.

-Bien, entonces lo mínimo que puedo hacer es invitarlo a una taza de té.

Me convenzo de volverla a ver. ¿Crees en milagros, Mat? Porque la Navidad lo es. Y ni siquiera Ada Colau con las luces del esperpento de su Belén podrán impedir que se cumpla la tradición. Entre el amor y el destino, ¿hay sitio para los milagros? Vuelvo a la magia del Cuento de invierno que me atrae de una manera incontrolable:

-¿Qué es lo mejor que ha robado? - Pregunta Jessica.

-Empiezo a pensar que aún no lo he robado -responde Colin.

Un crack Mr. Farrell rigiéndose por códigos de lo incomprensible y sin GPS.

Olvido todo cuando sale, por fin, la hija de mi amigo y escucho su voz preguntando:

-¿Qué va a pasar?

-Si te dijera que puede suceder cualquier cosa, ¿me creerías

-Sí.

-Entonces, puede pasar cualquier cosa. La vida es eso? solo?

-¿Solo qué?

-Que sucederá lo que está escrito.

-¿Puedo preguntarte algo?

-Sospecho que vas a hacerlo y que no podré retener ni tu pregunta, ni mi respuesta.

Me da la impresión que la niña improvisa y el chaval le sigue la corriente. No están en el Senado, patria de aforados. Sobre aquel escenario no hay necesidad de mentir, porque la verdad es reconocible, se sabe.

-Lo siento, estoy hablando mucho otra vez?

Me percato que la niña lleva patines y amaga con aprovechar la bajada del escenario y salir por la puerta. La cara del director me confirma que aquello no estaba en el guión. Sin embargo, oscila entre emprender el camino cuesta abajo con sus patines y decide concluir su papel improvisado en la función:

-Necesito el consejo de un amigo.

El amigo es más amigo de la niña que yo de su padre. Aquello se pone bien. Mola la interpretación de la niña.

-Dime.

-He conocido a un chico de tercero de la ESO. No tenemos nada en común?

-¿Seguro?

-No tenemos nada en común, y siento que lo conozco desde siempre?

-¿Cuál es la pregunta?

-No tiene ni idea de quiénes son Coto Matamoros y Makoke. ¿Tú qué harías?

-Cuando piensas en él, ¿cómo te sientes?

-No he sentido nunca esto? es diferente, no tiene Play Station 4. ¿Por qué me tiene que pasar esto ahora?

-¡Todo pasa por alguna razón!... ¡Es Navidad!

-¿Debería estar asustada? Ese chico es rarísimo.

-¿Por lo de la Play?

-Sí. Y tampoco sabe quién es Maluma? y para colmo no ve el programa de Boris Izaguirre de los trajes de novia, ese de ¡Sí, quiero ese vestido!

-Mi niña, no se puede cambiar a la gente.

-¿Y entonces qué se puede hacer?

-Amarla.

En ese momento, Scrooge-Sánchez podría despertar en su habitación y descubrir que es la mañana de Navidad y que su viaje con los espíritus ha durado una sola noche. Se convierte en un hombre coherente, generoso y amable y decide finalmente convencer a Colau a celebrar la Navidad. Compra un pavo y lo envía, anónimamente, a casa de Puigdemont en Waterloo, y acude a comer a casa de Gabriel Rufián, donde conoce a miembros de la CUP y de los CDR que piden donativos para reponer las donaciones al procés que la llamada Nuria, vació de la caja. Al día siguiente, sube el sueldo a los médicos en huelga y promete que los maestros podrán hablar en la lengua que les plazca en el patio del colegio. Y ya puestos, se compromete a ayudar a los Borbones a reunir en Zarzuela a toda la familia, Corina incluida. Scrooge-Sánchez pasa a ser un modelo de bondad, generosidad y amabilidad, y la viva representación del espíritu navideño. La novela finalizaba con una frase del pequeño Tim: "¡Que Dios nos bendiga a todos!"