Como manifestaba el maestro Riccardo Muti, el "Réquiem" de Verdi es una obra monumental que debe entenderse como una misa para los vivos, no para los muertos. Y así sucedió anoche en el Auditorio de Tenerife, donde el público se mostró precisamente vivaz y también esperanzado con la "resurrección" de esta cita musical, para algunos "amortajada".

La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, bajo la batuta de Karel Mark Chichon, ha conseguido alumbrar unos colores y una solidez que ya se apuntaron en la pasada edición del Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC) y que ahora, pasado un año, parecen consolidarse con una destacada interpretación de esta Misa de Difuntos.

Desde los metales, brillantes y sonoros, hasta una cuerda envolvente y compacta, pasando por una percusión medida, supieron darle sentido a los matices y la adecuada intensidad a los momentos, ofreciendo sensación de conjunto.

El Coro Estatal de Kaunas se convirtió en una de las notas sobresalientes de la noche. Sin duda, se ganaron el cielo.

La formación lituana desplegó un sensacional poderío en todas sus secciones, con unos fantásticos y sobrecogedores Dies Irae y Sanctus que, sin embargo, no los condujeron al exceso que suele provocar la emoción. Además, ofrecieron musicalidad y unas fugas sencillamente maravillosas.

En cuanto al cuarteto vocal, las solistas femeninas, tanto la soprano Mariangela Sicilia como la mezzo Mariannela Pizzolato, estuvieron muy exigidas en la tesitura de graves y sufrieron con las dinámicas y la amplitud que se exigen para cantar Verdi.

En cuanto a las voces masculinas, el particular timbre y la técnica del tenor Celso Albelo le valieron para desenvolverse con adecuado lirismo, sin sobresalir, una condición que mostró el bajo Bryn Terfel, sólido en los graves, rotundo y con la voz bien colocada.

Verdi volvió a hablar con Dios.