La mejor arquitectura es siempre atemporal, conserva su valor y su calidad aún pasados muchos años (por sus materiales duraderos) y cambios en los usos (por su versatilidad). Esto es lo que le ocurre al castillo de Sant Angelo en Roma.

El puente romano, desde el que se accede al mismo es ya, por sí mismo, uno de los más bellos de Roma y cruza el río Tevere para unir el centro de la Roma antigua con la entrada de esta fortaleza al otro lado del río. Bernini, cuando contaba con tan sólo 17 años, fue el encargado de dibujar las figuras de los ángeles, blancos y celestiales, a través de los cuales paseas mientras te acercas al castillo y ves, arriba del todo, el Arcángel San Miguel con sus alas extendidas brillando al sol.

La antigua tumba imperial que soñó Adriano, luego convertida en fortaleza papal, es hoy un museo que les recomiendo visitar al atardecer, entrar de día y salir de noche, pues es a la luz del sol cuando aprecias toda su grandeza arquitectónica pero es en la oscuridad cuando la imaginación, al menos a mí me sucedió a sí, te deja vislumbrar la belleza surrealista de sus casi veinte siglos de historia.

El monumento fue construido sobre una base cuadrada de unos noventa metros de lado y unos quince metros de alto, recubierto con mármol "lunar", como se llamaba al mármol blanco de Carrara en la época romana. Sobre esta base se erigió un cilindro muy ancho de unos sesenta y cinco metros de anchura y veinte metros de alto con piedra volcánica rojiza, el típico hormigón romano (sí, hormigón, que durante casi dos mil años se ha comportado perfectamente no solo en este edificio sino en otros como el soberbio y fascinante Pantheon de Agripa).

Era habitual desde la época etrusca construir tumbas de forma cilíndrica y coronarlas con conos de tierra plantados con jardines o árboles cipreses y así sucedió en este caso, donde se depositaron las cenizas (sí cenizas, ya desde la época romana) del emperador Adriano tras su fallecimiento en el año 138, pero el templete circular con columnas en la cima y la vegetación desapareció hace ya muchos años.

Al interior del mausoleo se accedía por una amplia rampa helicoidal cubierta por una bóveda de cañón que se iniciaba en donde estaban las tumbas, en un nivel hoy inferior al de la calle, y de la que hoy sólo se conserva un tramo de algo más de 100 metros de largo.

Después de la época romana, en el siglo XI la fortaleza pasó a ser propiedad de los papas, de la Iglesia Católica, y entonces vinieron las ampliaciones medievales para darle más altura con fines defensivos que se hicieron fundamentalmente de ladrillo rojo, que es el material que hoy domina todo el entorno del castillo.

Dicen que allí tuvieron sus aposentos los papas Nicolás III, Pablo III, Clement VII y León X entre otros muchos que se refugiaron temporalmente en él. Además de sus imponentes muros, su altura y el dominio que tiene de toda la Roma antigua y el Vaticano, sorprende especialmente la Sala Paolina, que en 1534 el papá Pablo III ( quien, entre otras muchas cosas fue el organizador del Concilio de Trento, aprobó la fundación de la Compañía de Jesús y estableció el Santo Oficio y prohibió la esclavización en los indios tras la conquista de América) encargó a Buanoccorsi, y que se supone que está dedicado a Alejandro Magno, Adriano y el Arcángel San Miuel, pero, si uno se fija bien, puede ver el dominio de las pinturas de figuras femeninas, como siempre situadas en lugares secundarios y muchas de ellas semidesnudas, pero muy presentes, tanto en esta sala como en el acceso a los aposentos papales, donde las mismas se representan con unicornios.

El castillo pertenece desde 1870 al estado italiano, y durante una época pasó a ser administrado por el ejército, que realizó obras de restauración que fueron duramente criticadas por eliminar muchos vestigios de la historia bimilenaria del lugar. Hoy es un museo que nos cuenta un fragmento de la historia de Roma, desde su mejor momento hasta su bella decadencia actual.