Si no has estado nunca en una rueda de reconocimiento, no podrás entender los juegos que ensaya el pasado con tu memoria. En una estoy, a través del espejo se colocan Isaac Castellano, Dani Rovira y Jorge Dávila. Rápidamente subsanan el primer error e invitan al señor Dávila a abandonar la rueda. A pesar del parecido, el Proceso Puerta sin Puerta no va con él. Allí se quedan solo los señores Castellano y Rovira. Me instan a la identificación. Intento encontrar las 10 diferencias como en un libro de pasatiempos, con autodefinidos, sopa de letras y acertijos. ¿Cuál es el culpable? Un político o un cómico y actor (al menos presuntamente). ¿Quién? Señale, señor Fernández. Las diligencias en la Causa General de Cultura tendrá la consideración de prueba preconstituida pues no será posible su reproducción en el juicio oral. Seguro que se optará por celebrarlo en el TEA, inmueble propiedad del Cabildo que tuvo en su origen la finalidad, bajo los auspicios de Sweet X, de albergar un museo a gloria y honor de Óscar Domínguez. Hoy se reseña con el acrónimo TEA y, como la tea, tiende a arder. Allí tiene el ayuntamiento de Santa Cruz la Biblioteca Pública Municipal.

¿Quién es el culpable? Vuelve la pregunta. Las pruebas, entre ellas mi testimonio, habrán de ser ratificadas en juicio. Al otro lado, el consejero de Turismo, Cultura y Deportes farfulla su primera eximente: sus ocho apellidos guanches siglo XXI, 2.0.: Ramos, Marrero, Delgado, Acosta, Rivero, Méndez, Sosa y Afonso. El señor Rovira lo mira con desprecio, se siente plagiado en sus argumentos de defensa.

Estoy dentro del Proceso Puerta sin Puerta cuando se acerca el 25 aniversario de la II Exposición Internacional de Escultura en la Calle de 1994. Un acontecimiento cuya trastienda, aún hoy, se desconoce. Los secretos y las anécdotas que estas piezas de arte encierran. Como por ejemplo, que la ubicación de la escultura se elegía con el artista. ¿Cuál es el caso? Cuenta la leyenda el caso del escultor japonés Kan Yasuda. Vivía en Italia, cerca de las canteras de mármol de carraca. Carlos Schwartz conoció a Yasuda y le invitó a participar en la muestra. El japonés viajó a la Isla con su mujer y eligieron junto a la comisión la Rambla de las Tinajas como lugar idóneo en la capital para colocar sus dos piezas de mármol. El proyecto se aceptó y hasta se hizo una maqueta con la pieza en el lugar elegido. Pasó el tiempo, el Cabildo costeó la obra, se hizo la escultura y Yasuda la mandó a la Isla.

El señor Rovira me devuelve a la realidad, parece haber encontrado, al otro lado, un mecanismo de defensa. Mantiene una sonrisa de imbécil a través del espejo y cuenta chistes sin gracia: "Tú te pegas una semanita en Sevilla en Semana Santa y el cuerpo lo que te pide es ser español". ¿Y votar a Vox?, me cuestiono mentalmente. "Impresionantes los efectos especiales de El Niño. Los helicópteros, persecuciones... ¡Y Luis Tosar sale con pelo!"... "Es muy difícil hacer un relato salvaje en un avión y que Ryanair no tiene nada que ver". Me salgo de ese estercolero... ¿Realmente hay necesidad de reírse?

Regreso al Proceso Puerta sin Puerta. Cuando avisaron de que había llegado al Puerto, el afortunado alcalde de la época dijo que no, que en la Rambla no se podía colocar. La escultura estuvo casi un año embalada en el muelle. Los arquitectos llamaron al escultor para que volviera y buscar juntos otro emplazamiento. Envuelto en el desinterés institucional, prendió la llama del budismo zen japonés... "La iluminación siempre llega después que el camino del pensamiento se ha bloqueado. Si tu camino del pensamiento no está bloqueado, todo lo que pienses, todo lo que hagas, es como un fantasma que te enreda".

Kan Yasuda acabó trasladando su obra a un antiguo muelle en Garachico. Un lugar precioso, junto al mar, como si aquella foto viniera del universo de Edgar Allan Poe. Cuando Yasuda vio el sitio dijo: "El mejor sitio que puede haber para una escultura mía es este". Cuando estuvo colocada, se integró a la perfección en el paisaje y su entorno. Incluso yo, el Mat Fernández hombre de poca fe, supe que sus palabras eran verdad. Nos dicen que las cosas son de una manera y lo aceptamos así, nunca nos atrevemos a dudar, a reinterpretar o simplemente confiar en nuestro instinto. Sentir en vez de analizar. Porque en realidad, ¿cómo sé que el color naranja es el mismo color para mí que para los demás? Quizá lo que para mí es naranja para otra persona sería el equivalente de mi azul.

El Proceso Puerta sin puerta se resolvió como un kôan. Desprendiéndose de lo racional, de todo lo preconcebido y dejándose llevar en cambio por la intuición. Recuerdo una tarde de lluvia y viento, sentado con el auténtico Vil en una cafetería enfrente de la plaza Weyler. Mirando a la Capitanía General, me miró y dijo:

-¿La bandera se mueve, Mat?... ¿O el viento se mueve?

Disfrutaba viendo mi desconcierto.

-Ni idea, Vil.

-Es sencillo, piensa.

Aquella tarde no estaba iluminado y Vil me resolvió el enigma.

-Mat, Mat... No es el viento, ni la bandera; lo que se mueve es tu mente.