Marta Chirino reconoce que habla tan poco porque se pasó la vida escuchando a su padre. "Tenía siempre tantas cosas que contar y todo resultaba tan interesante". Lo dice con orgullo, con los ojos lánguidos, humedecidos, con esa tristeza que quiere pasar desapercibida, para que nadie perciba abiertamente lo que duele. La hija de Martín Chirino no dejó de agradecer a todos su presencia en el acto de despedida que ayer se celebró en el tanatorio La Paz de Madrid por la memoria de su padre.

Un nutrido grupo de amigos, familiares, galeristas, presidentes de instituciones tan destacadas como el círculo de Bellas Artes de Madrid, del que también fue presidente el escultor grancanario, quisieron estar presentes en este último acto. Además, está previsto que en los próximos días pueda celebrarse una misa en la Catedral de Las Palmas de Gran Canaria para despedir al maestro del hierro en su Isla. También se ha decidido que las cenizas de Chirino sean trasladadas al cementerio de Vegueta.

Y así en un ambiente sereno transcurrió esta despedida, entre la pena por el ausente y la satisfacción de haber podido compartir momentos gratos, exposiciones, comidas o charlas con un artista que siguió trabajando hasta el final. Lo recordó su hija, el afán de Chirino por darle una nueva vuelta a la sombra de una de sus piezas, a esa penúltima escultura que él dedicó a la música, hasta que al final logró que aquello que imaginó pasara a través de las manos y una vez más consiguió el propósito soñado: domesticar el hierro. Porque después de esta obra terminó un hermoso violonchelo, una pieza más de esa exposición secreta con la que llevaba luchando desde hacía algún tiempo.

Bach, El Cid, Morata de Tajuña

La música envolvente de la primera sinfonía de Bach suena en la capilla del tanatorio. Casi como si todo siguiera un plan premeditado, el sacerdote, el padre Basilio de Rumanía, sorprende a los asistentes con un conocimiento inesperado sobre la obra de Chirino, después aclara que admira desde hace tiempo el trabajo y la personalidad del artista canario. En la homilía se explica como un crítico de arte, "el afán del maestro por encontrar la belleza en las espirales, y en las personas". Y su vocación por hacer una única obra, una espiral interminable, que representaba también su anhelo por la libertad.

A lo largo de su dilatada vida, el pasado 1 de marzo cumplió 94 años, el escultor grancanario fue capaz de codearse con los más grandes, como él, pero también tuvo la delicadeza y la honestidad de hacerse querer por mucha otra gente.

Sentada en una de las últimas filas de la capilla, una señora llora en silencio. Lleva una muleta, y está acompañada por su hijo. Las palabras del sacerdote y la música de Bach la obligan a pasarse la mano por los ojos. Se trata de Pilar Atance, la propietaria del primer bar que visitó Chirino en el pueblo de Morata de Tajuña, donde residía en los últimos años. Para Pilar, Martín no sólo era un gran artista, "era mucho más, además de un gran sabio, para mí siempre fue como de mi familia".

Pilar Atance es la dueña del Cid, un restaurante de la población madrileña de Morata de Tajuña, cuyos salones tienen colgadas varias fotografías en las que se puede ver a ella junto a Chirino y a su amigo y colaborador Rafael Monagas.

Acaba la misa y todos salen para volver a darse abrazos de consuelo. En la puerta del tanatorio se forman algunos corrillos, la mayoría cuenta alguna de esas anécdotas curiosas que vivió junto al escultor de Gran Canaria.

Para el profesor de Historia del Arte, Antonio González, que ayer dedicó su clase en la Universidad para adultos a la obra del escultor canario, Martín Chirino había vivido una vida plena, "y además le dio tiempo a despedirse de su obra, la antológica que presentó en la galería Marlborough de Madrid, justo hace un año, su Finisterre, fue su despedida y también pudo hacerlo con sus amigos y su familia".

En la celebración de su cumpleaños, el pasado 1 de marzo, se reunieron en su casa de Morata de Tajuña unas 60 personas. Una cita en la que de alguna manera pudo estar con todos aquellos que eran importantes en su vida.

Cuenta el periodista Juan Cruz que el sitio, el lugar de Chirino, siempre fue la forja y la playa de Las Canteras. Esos fueron sus alimentos principales. Después, con el paso de los años, Juan Cruz recuerda que ir a visitar a Martín suponía encontrarse con "alguien al que el cuerpo le dice que abandone y la mente le provoca a seguir como si estuviera amarrado a uno de aquellos barcos rotos de su padre".

Al final, el cuerpo venció a la mente, pero la obra y la figura de Chirino seguirán estando siempre en ese horizonte al que siempre quiso alcanzar.