El violinista Ara Malikian, artista libanés de ascendencia armenia, llega hoy, a partir de las 21:00 horas, al Pabellón Santiago Martín de La Laguna dentro de la programación del festival Mar Abierto 2019. Malikian, que también actúa mañana en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas, viene con la gira Royal Garage World Tour, un proyecto concebido como un recorrido sonoro por los diversos estilos que han acompañado su carrera profesional. En esta entrevista, Malikian habla de la música como motor de su vida.

¿Cómo hay que acercarse a la música de Ara Malikian?

No hay una manera de acercarse o entender la música. Uno la disfruta, y punto. En mis conciertos hay que dejarse llevar, no intentar entender lo que uno está oyendo, o analizarlo. Cuando estoy en el escenario mi único esfuerzo está dirigido a emocionar al público, a hacerle feliz. A eso me entrego con el cuerpo, el alma y el corazón.

¿Sin perfección también se puede emocionar?

Se puede. La perfección se trabaja en casa, estudiando, una vez que estás en el escenario ya no piensas más en ella, solo en las emociones. Desde luego que el rigor es indispensable en esta profesión y sin una técnica no consigues la interpretación que deseas.

¿Cuál es el mayor regalo que le ha dado su violín?

La felicidad. Tengo la vida que tengo gracias al violín. Nací en El Líbano y he vivido momentos difíciles. Todo lo que tengo me lo ha dado el violín, gracias a él pude salir de mi país, a diferencia de algunos compañeros míos, que no pudieron salir durante la guerra. Gracias a un instrumento como el violín pude estudiar, trabajar, viajar y vivir como vivo.

Su padre fue determinante en su formación. ¿Qué lección suya tiene siempre presente?

Todo lo que tengo es gracias al empeño de mi padre, porque él decidió por mí que tenía que ser violinista. Se puso hasta pesado, era muy riguroso y estricto. Me hacía estudiar el violín todo el día, a veces lo odiaba. Tenía que estudiar con lágrimas en los ojos, porque lo que yo quería era ir a jugar con mis amigos. Le estoy eternamente agradecido a mi padre pero dudo que esa sea la forma con la que hay que tratar a los niños.

Usted tiene un niño de cuatro años. ¿Cómo le enseña?

Para mí es imposible hacer lo que hizo mi padre conmigo. Quiero que mi hijo juegue y disfrute de la vida. En su día intenté que tocara pero me tiró el violín a la cabeza.

¿Su relación con el violín solo es de amor-amor, o también tiene momentos en que lo tiraría por los aires?

Es de amor, de agradecimiento. Amo la música, el arte, y creo que con la cultura inculcamos el respeto, el entendimiento, y así mejoramos el mundo. Lo que hacemos los artistas es mucho más importante de lo que creemos.

¿Le damos a la música el valor que se merece?

Frente a una crisis, los músicos siempre son los primeros en ser perjudicados, no solo en España, también en muchos otros países. Pero a pesar de las dificultades, la música, el arte, la cultura nunca se detendrán, siempre seguirán. Es muy triste que en los colegios ya no se enseñe música, una tragedia, pero los niños que quieren estudiarla lo hacen de otras maneras.

¿Qué queda del niño que un día fue?

Eso es lo que nos preguntamos todos los mayores. Cuando eres niño ves el mundo de otra manera, con más fantasía y diversión, y yo intento ser lo más niño posible, a veces lo consigo. Siempre intento volver a mi niñez.

Pasados los 40, ¿uno también puede entregarse a la música?

Sin duda. La música no tiene edad para empezar ni para disfrutar de ella. Yo me muero de amor cuando alguien de 60 ó 70 años empieza a cumplir el sueño de su vida y se entrega a un instrumento, a tocarlo, a gozarlo tocando dos o tres notas. Me identifico con esta gente amateur, que no sabe tocar pero lo goza, y no con una orquesta sinfónica, donde a veces tocan de un modo tan rutinario e irrelevante que da tristeza.

Usted trabajó siete años como concertino para la Sinfónica de Madrid. ¿Qué aprendió de aquella experiencia?

Muchísimo. Fueron unos años maravillosos. Aprendí cómo funciona este mundo, el repertorio sinfónico, la ópera? pero también me enseñó que un músico no tiene que trabajar como si fuera a una oficina. Yo llegué a tener esa impresión, con un sueldo fijo todos los meses, la tranquilidad económica? Para un artista, la vida de bohemio, de inseguridad, es necesaria para crear. Fue una necesidad, así que tuve que dejar la orquesta y arriesgar. Ha sido la decisión más acertada de mi vida. No hubiera aguantado otros siete años más estando dentro de la música sin ser músico.

¿El viajar es otra de sus necesidades vitales?

Absolutamente. Viajando se aprende que las diferencias que tenemos todos los seres humanos es algo maravilloso. No hay que molestarse por eso. Todos los países me conquistan, todos los viajes me enriquecen, ya sea en un pueblo perdido o al lado de donde vivo, en Islandia o en Marruecos.

¿Qué otros instrumentos toca?

El piano, solo para mí. Sería molesto para los demás escucharme.

Usted ha interpretado todas las piezas posibles, desde Vivaldi a Tarantino, de Bach a Radiohead. ¿Le queda algo nuevo por tocar?

Muchísimo. A diario descubro músicas nuevas que me encantan. Me gustaría que mis conciertos duraran 25 horas para tocar todo lo que me gusta.

En su repertorio también entra Paco de Lucía. ¿Qué huella le dejó el maestro?

Para mí, Paco de Lucía es uno de los cinco grandes genios de los últimos 300 años. Es más grande de lo que creemos. Es un genio a nivel de Bach, Beethoven y Stravinski.

¿Cómo surgió su idilio con el flamenco?

Por casualidad. Al llegar a España descubrí el flamenco. Antes no lo conocía. Aquí conocí cómo ser flamenco realmente y cómo vivirlo. Empecé a trabajar acompañando a cantaores, bailaores, me metí en grupos, y lo viví desde dentro.