Yo clasifico a los directores de cine en dos grupos bien definidos: los que ruedan películas con la intención de dar a los espectadores lo que quieren ver y los que lo hacen para trasladar al público lo que ellos, como artistas y creadores, desean contar. Almodóvar, como todo gran cineasta, pertenece al segundo. A partir de ahí, su obra podrá gustar en mayor o menor medida, pero es incuestionable su condición de creador auténtico, honesto consigo mismo y, por ende, con los aficionados al Séptimo Arte. Reconozco que sus títulos más cómicos, extravagantes y rompedores no conectan conmigo. Sin embargo, cuando se torna más dramático y sensible, sí es capaz de conmoverme, generando ese vínculo mágico entre narrador y oyente, entre quien plasma emociones en imágenes y quien termina por hacerlas suyas y sintiéndolas como propias.

Dolor y gloria constituye una especie de monólogo del realizador manchego ideado a modo de tratamiento para esas patologías que padece y que le atormentan. Se trata de una cinta sentida y sensible donde se concibe la melancolía tal y como la definió el escritor francés Víctor Hugo: la alegría de estar triste. O, para ser más preciso, se recrea en unos recuerdos de sentimientos ya perdidos con el fin de seguir conectado a un pasado de sufrimiento y gozo que nunca volverá a ser presente, por mucho que jamás abandone la mente de su protagonista. En esta suerte de terapia, Almodóvar nos regala varias secuencias sublimes en las que abunda la sensibilidad y con las que consigue que asomen algunas lágrimas.

Y, precisamente debido a esa esencia de soliloquio redentor más propio de un desahogo de diván que del guion de una historia con un comienzo y un final convencionales, algunas partes del metraje parecen desentonar o, cuanto menos, no encajar por completo. Todo se dispone al servicio de la curación espiritual del autor, más que a la construcción de una trama cinematográfica al uso. Si no se empatiza con el personaje, el largometraje puede resultar un tanto caótico e insulso pero, a poco que se participe del melodrama, el espectador acompañará de la mano al director por un trayecto que encandila y conmueve.

Salvador Mallo es un aclamado director de cine en su ocaso y cuya memoria le transporta constantemente hacia su pasado, a su infancia en el pueblo valenciano de Paterna y al recuerdo de sus primeros amores. El dolor físico producido por las enfermedades que padece se engarzará en un cóctel de sentimientos almacenados en su mente del que forman parte sus deseos, sus miedos y, de forma permanente, la figura de su madre. Atormentado por no poder seguir rodando, recurrirá a la escritura como vía de escape para superar sus obsesiones y, sobre todo, para no olvidar.

Resulta imposible desvincular de la figura de Pedro Almodóvar cuanto acontece en la pantalla grande a lo largo de toda la proyección. Desde la similitud física del protagonista hasta el contenido del relato, cada palabra que sale de la boca del personaje principal conduce directamente a la fuente original, que no es otra que el propio realizador. Elsello Almodóvar se refleja aquí de forma absoluta. Los colores, el tipo de encuadre de la cámara, las obsesiones, los gestos, el timbre de voz?, todo ello hunde sus raíces en el interior del cineasta más internacional y popular de la cinematografía española. Ganador de un Oscar al mejor guion por la magnífica Hable con ella y dos más en la categoría de mejor film de habla no inglesa, a los que hay que añadir un sinfín de galardones, es un artista que no tiene nada que demostrar y que únicamente se dedica a expresarse con entera libertad.

Dentro del apartado interpretativo destaca sobremanera la actuación de Antonio Banderas, que lleva a cabo un viaje introspectivo creíble, efectivo y certero al alma de su alter ego. Pese al escaso parecido físico existente entre ambos, la comunión que se alcanza es tal que consigue obnubilar el ojo del espectador, quien termina por ver en imagen al propio Almodóvar. Forman parte del sobresaliente reparto coral los actores Asier Etxeandia (La novia), Leonardo Sbaraglia (Relatos salvajes e Intacto), Julieta Serrano (Mujeres al borde de un ataque de nervios) y Penélope Cruz (Volver y Todos lo saben).