Crítica de 'Los indeseables': furia sin control

Como el primero, ‘Los miserables’ (2018) -con el que, como su título sugiere, mantiene un parentesco espiritual-, el segundo largometraje de Ladj Ly se sitúa en la periferia parisina para explorar cómo la corrupción carcome las instituciones y a quienes las controlan, y cómo las políticas racistas empujan a la rebelión a quienes las sufren. También ambos tienen vocación incendiaria, y demuestran lo difícil que es controlar un fuego una vez se provoca. 

Crónica de la batalla entre un alcalde falto de experiencia pero no de prejuicios y una joven inmigrante que lucha por defender del desahucio a su comunidad, la nueva película peca aún más que su predecesora de hiperbólica y didáctica, y mantiene su discurso en primer plano sin molestarse en dar espacio alguno al subtexto. Por momentos, es cierto, Ly exhibe su habilidad como narrador puramente visual -la secuencia central del relato, la evacuación de un bloque de viviendas, es una deslumbrante coreografía del caos-, y en general se abstiene de proponer soluciones fáciles a los conflictos de clase y raza.

Pese a ello, en buena medida a causa de la tosquedad con la que distingue a los personajes entre los buenos y los malos, ‘Los indeseables’ se va revelando como una homilía tan simplona como confusa, incongruentemente resuelta en un clímax dramático que parece dar por buena la retórica a menudo usada por la extrema derecha para justificar la represión policial de las protestas ciudadanas.