Pier Cherubino marcó más de cincuenta goles en Primera División, pero solo uno es el gol de Pier. Fue el que le hizo al Real Madrid en la última jornada de la Liga 91-92, un tanto que le quitó al conjunto blanco un campeonato que tenía ganado para regalárselo al Barcelona, su eterno rival. Fue la última diana lograda junto a la vieja grada de General de Pie, derruida al día siguiente. Y fue el gol que culminó la remontada (3-2) del Tenerife en un partido que le dio fama universal. De hecho, ese torneo pasó a denominarse la Liga de Tenerife. Un año después se repitió la historia y se convirtió en la primera Liga de Tenerife.

"No sabés la que has liado. Dentro de diez años se seguirá hablando de este gol", le dijo a Pier, esa misma noche, el padre de Fernando Redondo. Se quedó corto: han pasado más de dos décadas y al final de cada curso se habla de aquel partido. Y de aquel tanto. "Hace un par de semanas Canal+ repitió el choque en un programa sobre el Barça de Cruyff y la gente no paraba de llamarme", comenta el delantero. Eso sí, antes de aquella fiesta, de ser el juez de la Liga y de adquirir el reconocimiento universal... el Tenerife 91-92 lo pasó mal. Hasta que, a falta de ocho jornadas y con el equipo en caída libre, Jorge Valdano reemplazó a Jorge Solari en el banquillo.

La trayectoria y el calendario condenaban al descenso al Tenerife, pero las victorias en el Heliodoro ante Valencia, Barcelona y Sevilla lo alejaron de la zona roja. Y un empate en El Molinón en la penúltima jornada le permitió asegurar la permanencia y convertirse en la esperanza de un Barça que llegaba a la jornada final con un punto menos que el Madrid, líder del campeonato desde su inicio. "Estábamos felices por la salvación, cuando Valdano nos dijo que afrontábamos una oportunidad histórica, que íbamos a ser el centro del fútbol español y a recibir más atención que en todas nuestras vidas... y que no nos agobiáramos, que lo disfrutáramos", recuerda Pier.

Llegada la hora de exhibirse ante el mundo, el Tenerife fue atropellado por su rival. Ausente Dertycia por sanción, Valdano reforzó el centro del campo con Berges. No funcionó: en media hora, el Madrid decidió el partido. Y el campeonato. Además, los locales habían perdido por lesión a Agustín, su portero titular. Sólo un colosal Redondo sostenía al equipo: no perdía un balón, lo jugaba con criterio e invitaba al resto a no rendirse. Para entonces, Pier hacía cálculos en el banquillo, "pues si acabábamos en el puesto 17, justo por encima del descenso, nos quedábamos sin primas y debíamos devolver lo cobrado partido a partido, como se pagaba entonces".

"Para mí, con 20 años y la ficha mínima, devolver unas primas ya gastadas era una faena", agrega. Quique Estebaranz lo sacó de sus cavilaciones. A él y al Heliodoro. Cogió un balón en el centro del campo, regateó a tres rivales e interrumpió su slalom con un disparo desde fuera del área al que no llegó Buyo. Tras el descanso, el Madrid se hartó de fallar ocasiones de gol y Valdano agitó el partido al incorporar a Pier en lugar de Berges y recuperar el esquema habitual. Acto seguido, Villarroya se autoexpulsó en un minuto y los blancos quedaron en inferioridad. Y entonces, Leo Beenhakker retiró a Hagi, introdujo a Lasa y perdió la iniciativa.

Con el balón, el Tenerife rodeó el área visitante y una incursión de Felipe por la derecha acabó en un pase atrás que, en medio del caos, Rocha introdujo en su portería. "Estaba detrás para empujarla y me dio rabia. Para que la metiera él, me la podía haber dejado. Le dije de todo", confiesa ahora Pier. El empate dejaba al Madrid sin título. Y sin tiempo que perder. Por eso, para evitar un saque de banda, Sanchís cedió el balón a su portero desde cincuenta metros. Y para evitar un córner, Buyo lo palmeó hacia su portería. Segundos antes, Pier había decidido perseguir ese esférico sin rumbo: "Pensé que la cesión de Sanchís podía dar en el larguero, que igual había un rebote...".

La fe tuvo premio y Pier se encontró con un balón suelto a un metro de una portería sin dueño. "Llegué forzado y no tuve tiempo de pensar porque Buyo se tiraba a cubrir hueco. La gente me pregunta por qué no lo recorté y marqué a puerta vacía. ¡Pero si yo no he recortado a nadie en mi vida!", explica. Tras el gol enloqueció Pier. Y el Heliodoro. Y en aquel manicomio, mientras el tiempo se consumía y ambos equipos malograban una catarata de ocasiones, el delantero fue (justamente) expulsado. "Me puse a hacer la ola con la afición y García de Loza se mosqueó", recuerda. También recuerda la sensación de "estar haciendo historia". Esa tarde, Tenerife fue la capital del fútbol.