Una demostración de determinación y eficacia de Griezmann y un ejercicio práctico colectivo lanzaron al Atlético a una nueva Liga Europa, el sexto título de la era Simeone, evidentemente superior al Marsella, rotundo cuando percibió el primer fallo rival y concluyente después. Menos quince minutos, con más agitación que ocasiones, la final fue sin matices del conjunto rojiblanco y de su estrella, que domó primero a un contrincante respondón en el comienzo del duelo, con el 0-1 en el minuto 22, y lo sentenció después, en el 48, con dos definiciones incontestables; el enésimo ejemplo de toda su clase. Un cuarto de hora nada más, cuando el fútbol directo y trepidante de su oponente se transformó en la ocasión que malgastó nada más empezar el duelo Valere Germain, habilitado frente a Oblak por un fenomenal pase de Payet, o en la volea que conectó Adil Rami, pero hasta ahí duró la agitación que pretendía el conjunto francés. Quizá porque se serenó y se acomodó el Atlético. Era el minuto 22, la primera oportunidad del equipo rojiblanco y hasta el primer lapsus del Marsella, pero tal concesión es tan imperdonable como definitiva en una final, más aún contra un conjunto que aprovecha los fallos ajenos como lo hace el Atlético y con un goleador que define como Griezmann, con tanta autoridad. Un momento clave, un giro fulminante al partido y un golpe rotundo para el conjunto francés, que encajó el siguiente en forma de lesión, con las lágrimas de Payet cuando pidió el cambio a la media hora, entre el silencio de su propia afición, consciente de que la gesta era aún más complicada sin su capitán sobre el terreno. La final era del Atlético. No hubo debate en el segundo tiempo con la puesta en escena, pero sobre todo con el 0-2 de Griezmann, tan sutil en la resolución como rápido en la conducción, cuando recogió la perfecta asistencia de Koke, para sentenciar el título en sólo 48 minutos y agrandar la historia europea del club rojiblanco, culminada con el 0-3 de Gabi Fernández en los instantes finales.