Islandia es la segunda selección de casi todos en el Mundial. Se le ha cogido cariño. En parte porque es un país pequeño y fuera del clásico eurocentrismo. Pero también porque tenemos aún la visión de fútbol amateur de un combinado nacional en el que 22 de sus 23 integrantes juegan ya fuera de sus fronteras. El mito del jugador que tenía otro trabajo casi ha desaparecido. Siempre quedará Birkir Már Saevarsson (Reykjavík, 1984), defensor del Valur a medio tiempo y trabajador de una fábrica de sal el resto de la jornada. Incluso, el técnico. Heimir Hallgrímsson es dentista, profesión que ha ido arrinconando a medida que ha progresado en el fútbol pero que no ha querido abandonar del todo. De hecho, su consulta en Vestmannaeyjar sigue abierta.

Pero Islandia es sobre todo el país de los récords. Para empezar, entró en el Libro Guinness el pasado mes de octubre de 2017 cuando logró clasificarse por primera vez para un Mundial. Jamás un país de menos de un millón de habitantes lo había conseguido. De hecho, apenas supera los 332.000 (censo de 2016).

Eso sí, la mayoría de ellos ha cambiado su tradicional preferencia por el balonmano girando hacia el fútbol. Como muestra, el share de audiencia televisiva del primer partido que jugaba en Rusia 2018: un 99,6 por ciento. La práctica totalidad de la población que veía la tele en ese momento lo hacía para ver a sus "vikingos" jugar contra Argentina. El delantero Alfred Finnbogason, que jugó en la Real Sociedad, ha bromeado al respecto asegurando que el otro 0,4% que no siguió el partido "estaba sobre el césped" (futbolistas, entrenadores, fisioterapeutas y demás). Claro que hay muchos que no están en el país en estos momentos, puesto que aproximadamente un diez por ciento se ha desplazado hasta tierras rusas para animar a su selección in situ. El porcentaje es imposible de alcanzar por cualquier otro país participante en esta Copa del Mundo.

Pero los islandeses no se conforman y trabajan para mejorar cada día. Fruto del esfuerzo llegan los éxitos. En ocasiones, de la forma más inesperada. Le sucedió durante el debut en el Mundial a Rúrik Gíslason, de 30 años y jugador del Saundhausen de la Bundesliga 2, cuyo físico le generó una subida de más de 300.000 seguidores en su cuenta de instagram. Pasó de 40.000 a más de 360.000 desde que saltó al terreno de juego para ayudar a sus compañeros a mantener el empate. Formado en las categorías del HK Kópavogur, dio el salto a Inglaterra muy joven para jugar en las inferiores del Charlton Athletic. Dinamarca fue su siguiente destino, pasando allí por Viborg, Odense y Copenhagen antes de que el Nuremberg alemán se fijara en él en el 2015.

Más allá de las anécdotas, Islandia no ha conseguido clasificarse para la Eurocopa de 2016 y el Mundial de 2018 por casualidad. Hay un plan detrás. La Federación recibió el apoyo gubernamental para construir más de una decena de campos de fútbol cubiertos, algo que les permite trabajar sobre césped durante los doce meses del año. Lo hizo incluso regenerándose en mitad de una crisis financiera brutal en el segundo lustro de este siglo. Haciendo un esfuerzo, subvencionó con 200 euros anuales a cada niño que participara en el fútbol base (casi el 70 por ciento del coste).

Por esas fechas, los entrenadores también dieron un paso adelante. Incluso en categoría juvenil se les pide una licencia UEFA para dirigir un equipo. Desde entonces, se ha superado el medio millar de técnicos profesionales y más de sesenta futbolistas se han marchado para jugar en ligas de otros países.