"Ni a los locales ni a los barcos se les debe cambiar nunca el nombre", afirma Angélica Caruso silabeando cada palabra. Eso explica que este restaurante, conocido popularmente como el francés de Taborno, en realidad se llame Historias para no dormir, acaso como un homenaje a aquella serie de televisión que en su día dirigió Narciso Ibáñez Serrador.

Eso sí, les aseguro que lejos de sembrar pánico o provocar miedo, este local, que sigue manteniendo el aspecto de un bar, desprende un encanto que está en sintonía con el entorno privilegiado donde se ubica: el macizo de Anaga, que sí pone los pelos de punta.

La exquisitez se palpa ya desde que uno toma asiento en una mesa que recibe al comensal con servicios de tela. Es entonces cuando Angélica, bien dispuesta, enumera las excelencias de esos sabores que Patrick cocina.

El primer plato es único: una ensalada bien provista, con distintos tipos de vegetales, y el toque de un hojaldre que contiene una salsa caliente con gambas. El resultado, un rico contraste.

La posibilidad de elegir se abre en abanico cuando Angélica pronuncia, casi paladeando, solomillos; el entrecotte: magret de pato; muslitos de codorniz; confit; algún pescado, y ofrece vinos franceses: Chateau de Pitray, J.P. Chenet, Michel Roudier... La generosidad es la tónica de estos platos que, en el caso del solomillo, con miel y limón incorpora unas papas violette (por su tono morado); ratatouille; pimientos... Una secuencia gustativa que prácticamente se repite con el entrecotte, que suma una pera confitada.

El verdadero desafío reside en dejar bien limpio el plato y acomodarse para el postre, ese dulce final que sorprende por su abundancia y un delicado toque casero: tatin de manzana; chocolate caliente; helado de mango...

Y tras pagar y despedirte, dirás que fue un sueño.