Antes que nada, debo puntualizar que este reportaje, divertido y distendido, de domingo en definitiva, no es que nazca de la observación, sino de la obviedad de asistir al "rabioso" diseño de las chaquetillas de cocineros y camisas del personal de sala que se estila en el bistro del chef Víctor Cruz en Santa Cruz.

Vaya por delante, también, que esta faceta de sus aclamados "¡Qué huevos" en su indumentaria de trabajo, pintadas a mano de forma expresa y por encargo, se remonta a muchos años atrás, cuando este cocinero quiso salirse de las normas estrictas del blanco níveo y el corro de puntera, que, por otro lado, decía mucho de la seriedad de este trabajo duro entre fogones.

Pero, algo así como los tenistas, que históricamente lucieron ese blanco reluciente en camisas y pantalones, los cocineros también comenzaron a ver con otros ojos los diseños que se alejaban de las normas y, decidieron, cada uno a su gusto, que la referida seriedad no estaba reñida con un puntito de personalidad a la hora de enfundarse la chaquetilla.

En eso, como decíamos, Víctor Cruz tuvo claro, incluso con algunos ornamentos de la sala -aquella lámpara armada con cucharones en el restaurante La Cuchara- que el aderezo no tenía porqué ceñirse únicamente al recetario, y así ha perseverado en modelos, blancos o negros, generalmente, que realmente son obras de arte auténticas. Algunas, créanme, sobrecogedoras; otras, reflejo de esa parte divertida que todo cocinero quiere enseñar, con motivos de los Simpsons, el Coyote o los mencionados huevos, que son todo un estandarte como la cruz para los templarios.

Recuerdo, cuando era estudiante de periodismo y por entonces rellenaba cuadernillos con incipientes notas de cata de cerveza, que en un viaje "definsemanero" a Salamanca, cuando acudimos a un restaurante de menús económicos de la ciudad charra salió como de la cueva aquel cocinero, colilla en ristre, con el delantal surrealista trazado con todo prodigio de trazos cromáticos: aquí de salsa de tomate, allá el requiebro difuso de un verde vegetal,...

Cuando algunos de los "popes" de la cocina española, llámense Arzak o Subijana, reversionaron la "nouvelle cuisine" en nuestro país, poco después el chef salía a la sala a preguntar a los comensales sobre las bonanzas de sus obras; para ello, se desprendían del uniforme de labor y daban prestancia a la casa vistiendo chaquetillas cada vez más audaces.

Aunque creamos que son mayoría los "uniformados de blanco", sugiero el ejercicio de que observen, a partir de ahora, a cocineros y los profesionales de la sala. Verán camisas y delantales de colores naranjas, rojos,... Un agradable estilo cromático de los que el propio Víctor Cruz o el televisivo Alberto Chicote son paladines.

"Flechazo" a la primera

Sobre sus chaquetillas de lo más "cantosas", Alberto Chicote explica que hicieron un sorteo y a cada cocinero le tocó un diseñador de moda, y "tenía que crear un plato" inspirado en el trabajo de ese creador. El chef detalla que tuvo "la fortuna" de que le tocase la colorista Agatha Ruiz de la Prada. Con "suerte" se sintió el cocinero al pensar que "con los colores y los corazones -dos elementos distintivos de la diseñadora-" podía crear un plato que, además, "gustó mucho" a Agatha Ruiz de la Prada. Después de eso la diseñadora le dijo que ya que él le había cocinado un plato acorde a su estilo, ella le iba a diseñar una chaquetilla. Agatha le hizo "una chaqueta más cantosa todavía que aquélla", un chef orondo que luce con toda personalidad la prenda roja con corazones recortados en la doble tela. Chicote afirma que, en aquel momento, le gustó "un montón" el uniforme, porque "llevaba 20 y pico años vestido de blanco todos los días". De esa manera, amplió el vestuario ".