El mundo del periodismo dio hoy su último y emotivo adiós a Ben Bradlee, el legendario director de "The Washington Post" y gestor del "Watergate", el escándalo que forzó la dimisión del presidente estadounidense Richard Nixon.

Unas 2.000 personas abarrotaron la neogótica y monumental Catedral Nacional de Washington para asistir al funeral de Bradlee, que murió el 21 de octubre a los 93 años.

Al oficio religioso acudieron estrellas del periodismo del país, así como representantes del Gobierno estadounidense, como el vicepresidente, Joe Biden, y el secretario de Estado, John Kerry.

La despedida al viejo reportero tuvo el aroma especial de las ocasiones históricas, con una retransmisión televisada de las solemnes exequias fúnebres, largas colas de personas para acceder a la catedral y la presencia de la alta sociedad de Washington, reflejada en las limusinas aparcadas en fila a las puertas del templo.

Carismático, algo malhablado pero apreciado por sus redactores, Bradlee capitaneó el "Post" -como popularmente se conoce al diario- entre 1965 y 1991, época en la que desafió al poder político con la publicación de noticias como los secretos "Papeles del Pentágono" sobre la implicación militar de EEUU en la Guerra de Vietnam.

Pero fue el "Watergate", el escándalo político que en 1974 tumbó a Nixon -primer presidente estadounidense que renunció al cargo-, la historia que convirtió al "Post" en un periódico de referencia mundial y marcó un hito en la historia de la libertad de prensa.

Bradlee encargó la cobertura del "Watergate" a los jóvenes y melenudos periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, los únicos reporteros que estaban libres el sábado en que estalló el caso.

Esa epopeya del periodismo quedó inmortalizada en el clásico filme "Todos los hombres del presidente" (1976), protagonizado por Robert Redford (Woodward), Dustin Hoffman (Bernstein) y Jason Robards, que encarnó a Bradlee y ganó un Oscar por ese papel.

Con menos pelo y más canas que entonces, Woodward y Bernstein rindieron hoy un sentido homenaje a su jefe, cuyo féretro, cubierto por un manto blanco y una cruz bordada, entró en la catedral entre redobles de campana y el silencio sepulcral de la concurrencia.

"Nunca olvidaré el liderazgo de este hombre al que amamos tanto", afirmó Woodward, quien definió a Bradlee como "un guerrero del periodismo", bajo la triste mirada de su viuda, la periodista Sally Quinn, sentada en primera fila y de luto riguroso.

"Él no tenía miedo. No le asustaban ni los presidentes, ni la polio, ni la corrección política, ni la publicación de los ''Papeles del Pentágono'', (...) ni cometer errores", señaló, por su parte, Bernstein.

La cobertura de un caso tan espinoso como el "Watergate" no hubiese sido posible sin el apoyo incondicional que la difunta Katharine Graham, dueña entonces del "Washington Post", depositó en Bradlee.

En el funeral, su hijo, Donald E.Graham, que el año pasado vendió el diario al fundador del portal de internet Amazon, Jeffrey P. Bezos, recordó el coraje de su madre y elogió la figura de Bradlee: "Fue nuestro héroe, y siempre lo será".

Entre las intervenciones en el acto, en el que el coro catedralicio interpretó piezas como el "Ave María" de Franz Schubert, destacó por su honda emoción la del joven Quinn Bradlee, hijo menor del mítico director.

"Mi padre fue el hombre más feliz que jamás he conocido", dijo el hijo entre sollozos, antes de besar el féretro, coronado por una rosa.

Los discursos fúnebres también rezumaron mucha nostalgia por la época de Bradlee al frente del "Post", una edad de oro del periodismo como poder fáctico sustentado en la credibilidad, la confianza de los ciudadanos y unos pingües beneficios económicos.

Sin embargo, el veterano reportero no ignoraba los nuevos vientos que soplaban azuzados por los agoreros que pronostican la muerte de los periódicos, en un contexto de declive económico y ascenso de internet, así como de impaciencia y rapidez en el flujo de noticias.

"Me siento realmente horrorizado por eso. No puedo concebir un mundo sin periódicos", comentó en 2008 el periodista.

Además de dirigir el rotativo, Bradlee estudió en la Universidad de Harvard, fue vecino y amigo de John F. Kennedy antes de convertirse en presidente, luchó en la II Guerra Mundial a bordo de un destructor en el Pacífico, trabajó como agregado de prensa en la Embajada de EEUU en París, donde también ejerció como corresponsal de la revista "Newsweek", se casó tres veces y tuvo cuatro hijos.

En un coche fúnebre, el "héroe" del "Post" emprendió hoy su último viaje acompañado por la triste melodía de fondo que interpretó un gaitero ante la catedral, no sin antes haber dejado escrito para siempre su nombre en el olimpo del periodismo.