Las Madres de Plaza de Mayo Nora Cortiñas y Taty Almeida sienten "tristeza" y "repugnancia" al ver que la justicia argentina comienza a conceder beneficios a represores de la última dictadura, aunque aseguran estar "en pie" y dispuestas a dar esta nueva batalla al borde de los 90 años.

A finales de diciembre, Miguel Etchecolatz, uno de los policías más conocidos -y temidos- de la época de las torturas y las desapariciones recibió la prisión domiciliaria; y el doctor Norberto Bianco, que ya obtuvo esta medida tras haber sido condenado por el robo de bebés de madres asesinadas, obtuvo un permiso para disfrutar dos meses de vacaciones en la playa.

Etchecolatz y Bianco permanecieron en la cárcel once y tres años, respectivamente, una situación que no es única: según denuncian los organismos de derechos humanos, de los casi 1.000 represores de la dictadura (1976-1983) condenados, cerca de la mitad cumplen ya su pena en sus casas.

Taty Almeida, referente de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora (una de las dos ramas en las que se divide la organización desde 1986), se negó a llamar prisión domiciliaria a estas medidas; prefirió la expresión "libertad domiciliaria", que consideró una "falta de respeto" hacia los desaparecidos y sus seres queridos.

Y, aunque reconoció que la indignación deja paso en ocasiones a la pena cada vez que se entera de los beneficios que le son concedidos a un represor, las Madres seguirán "firmes" porque hace años que no están solas: "A pesar de los bastones, de las sillas de ruedas, las locas siguen de pie", afirmó con una determinación que sus 87 años no han sido capaces de doblegar.

Nora Cortiñas, otra histórica de la asociación, comparte con Almeida tanto la edad como la convicción de que lo que ven un cambio en la actitud de la justicia tiene como responsable último al Gobierno de Macri, de "amigos" del entorno de la dictadura, y al que acusó de "provocación" con unas medidas que le causan "repugnancia" y sientan entre las Madres como un golpe.

Pero, lejos de la resignación, ambas se mostraron orgullosas de las protestas que están llegando hasta las puertas de las casas de los represores, lo que obligó a Bianco a aplazar su traslado a su casa de veraneo y mantiene a Etchecolatz "como enrejado", unos métodos que no imaginaron que tendrían que volver a adoptar.

En 2005, tras años de "desilusiones" con los indultos y las leyes que impedían juzgar los crímenes de la dictadura, la presión de las Madres logró que "al fin" los criminales comenzasen a ser juzgados; "se avanzaba lento pero se avanzaba", resumió Almeida.

"Con los juicios pensamos que nunca más íbamos a tener que salir a la calle", admitió Cortiñas, que al igual que su compañera en Línea Fundadora, comenzó la entrevista anudándose el pañuelo blanco que empezaron a lucir en sus rondas alrededor de la Plaza de Mayo de Buenos Aires, frente la Casa Rosada -sede del Gobierno- hace más de 40 años.

Su hijo Gustavo, de 24 años, desapareció en 1977, apenas dos semanas antes de que las Madres comenzasen las concentraciones, por lo que estuvo en ellas desde sus comienzos reclamando desesperadamente conocer lo sucedido.

Para Almeida, en cambio, la decisión de acercarse al grupo fue más delicada, y aunque su hijo Alejandro, un integrante de 20 años de un grupo guerrillero de izquierdas, fue secuestrado en 1975, no contactó con las Madres hasta 1980, porque, criada en una familia de militares, pensó que sospecharían que era una espía.

Sin embargo, aún no olvida que la única pregunta que le hicieron al recibirla fue "¿Quién te falta a vos?", unas palabras que fueron seguidas de su "catarsis", la que experimentaban las madres al compartir su historia.

Ninguna de las dos tuvo jamás conocimiento de lo que había pasado con sus hijos, pero las investigaciones posteriores sobre la dictadura convencieron a Taty Almeida de que "sabe cómo terminaron: vivos, tirados al mar, torturados, deshechos...", un destino que muchos corrieron en los conocidos como "vuelos de la muerte".

Pero la amargura al hablar de su hijo duró poco en el rostro de Almeida, que contó bromeando que mientras vivió con él no entendía sus ideas revolucionarias, anclada en el conservadurismo con el que se crió; y "esté donde esté, debe estar muerto de risa" viendo a su madre encabezar unas protestas que las Madres prometen no abandonar "hasta que el último de los genocidas vaya a la cárcel".