Rusia llega a las elecciones presidenciales del próximo 18 de marzo con su economía todavía tocada por la crisis y en el peor momento de sus relaciones con Occidente desde la Guerra Fría, pero cohesionada en torno a su líder, Vladímir Putin, cuya reelección se da por descontada.

Con un crecimiento económico a todas luces insuficiente (sumó apenas 2,2 % en el pasado bienio) para su riqueza, tanto en recursos naturales como humanos, el gigante eurasiático no termina de despegar.

Desde 2014, cuando la Unión Europea, Estados Unidos y otros países occidentales impusieron sanciones económicas a Rusia por la anexión de Crimea y su política hacia Ucrania, los ingresos reales de la población han disminuido de año en año.

En su reciente informe sobre el estado de la nación, el jefe del Kremlin admitió que debido a la crisis económica el 20 por ciento de los rusos, más de 29 millones de personas, viven actualmente por debajo del nivel de la pobreza, y planteó la tarea de reducirla a la mitad en el próximo sexenio.

Pese al discurso reiterativo de Putin acerca de la necesidad de modernizar y diversificar la economía rusa, la exportación de hidrocarburos continúa siendo la principal fuente de divisas, con la consiguiente dependencia de los vaivenes de su precio en los mercados internacionales.

Pero este panorama económico poco halagüeño de momento no ha hecho mella en la popularidad de Putin, en el poder desde el año 2000 (entre 2008 y 2012 como primer ministro) y sin rivales en condiciones de hacerle sombra.

Y es que la oposición real, extraparlamentaria, se encuentra prácticamente marginada de la vida política del país y ve restringida su capacidad de manifestarse mediante diversos instrumentos, como las leyes draconianas que regulan la celebración de mítines.

Internet y redes sociales son, esencialmente, los espacios en que difunden su mensaje los opositores sin presencia en las instituciones ni en los medios de alcance nacional.

Diputados oficialistas ya han presentado un proyecto de ley para "moderar" los contenidos de internet y las redes sociales, aunque los críticos de esta iniciativa advierten de que es de imposible cumplimiento.

Las últimas encuestas conceden a Putin una intención de voto del 70 por ciento, con una enorme ventaja sobre los otros siete candidatos: el que le sigue, el abanderado del Partido Comunista, Pável Grudinin, figura en los sondeos con un 7,8 por ciento.

El secreto de la popularidad del jefe del Kremlin radica, según la mayoría de los analistas, en la capitalización del sentimiento de renacimiento nacional después de la anexión de Crimea y, en particular, con la intervención militar en Siria.

La participación en el conflicto en el país árabe para muchos rusos supuso la recuperación por el país de su condición de superpotencia.

Putin se ha permitido incluso desafiar a Occidente a una nueva carrera armamentista al anunciar a los cuatro vientos y con un despliegue de infografía animada que Rusia cuenta con un armamento nuclear que nadie más tiene en el mundo y que hace inútil el escudo antimisiles de Estados Unidos.

Las palabras del mandatario sonaron como música celestial a los oídos de los nostálgicos de la Unión Soviética, cuya desintegración fue según Putin la "mayor catástrofe política del siglo XX".

Antes de que tuviéramos los nuevos sistemas de armamento, nadie nos escuchaba. ÑEscuchadnos ahora!", dijo Putin en una intervención ante las dos cámaras del Parlamento transmitida en directo por la televisión.

Si bien el discurso del jefe del Kremlin difícilmente modificará el escenario internacional claramente desfavorable para Rusia, que entre sus aliados solo cuenta con países como Irán o Venezuela, no cabe duda que le dará importantes réditos electorales.